SOPAPO al ciudadano conductor

2012
Piense dos veces si desea renovar su licencia de conducir. Enfrentará enormes filas encabronadas por la pesadez de un Estado premoderno que genera bronca y frustración.
El Manual Práctico para obtener licencia indica requisitos para la renovación. Un pobre boliviano (Jil) cree ingenuamente lo que dice la página 24. Demora dos días para obtener certificados de antecedentes Felcn/c y descubre que la lista es otra. Intenta confirmar que es un bruto decodificador que no entiende la redacción. Pero no. Perdió tiempo por hacer caso al folleto en cuestión.
Jil reconoce estar en Bolivia y enfrenta con optimismo la Cámara de Gas del tercer piso del viejo edificio. Recibe un SO-PA-PO en la humilde nariz que absorbe una mezcla de olores producidos por sobaco, p & p. Atraviesa filas tejidas como tallarines en cocción. No sabe para qué es cada fila y no se ve dónde está el último. No hay quién diga nada. Es un sofocante griterío caótico y antihigiénico. Mira con pánico la insalubre fila del médico que es la más penosa y larga. “Es un asco”. La gente protesta con adjetivos irreproducibles pero sentidos y sensatos.
Vive en un país pobre pero digno y sabe que será atendido al final. Dos horas de ensardinamiento a 40 grados y 100 por ciento de humedad. Es una tortura en un salón oscuro cuyas estúpidas puertas y ventanas están todas cerradas. Los olores se mezclan lenta y densamente. El aire toma un color verde azulado. Los ojos se bizquean por cansancio y falta de oxígeno. Una gota tibia de líquido cristal resbala por su rostro. No sabe si es sudor propio o condensación de calores interculturales. Confirma que él mismo es parte de esa macabra masa viva que inmóvil se descompone en su bronca e impotencia.
Una voz femenina y máscula dice: “Sólo atenderemos hasta el 100. Las otras listas no sirven. Tienen que hacer fila a las 2 de la mañana”. Jil se traga una vez más su bronca y exclama educadamente: “Miechi, voy a tener que madrugar”.
La maldita culebra comienza antes de medianoche. Algunos llevan frazadas y se recuestan en el frío cemento de la noche. Gente de bien hace una lista que llega a 250 personas a las 6 de la mañana. Se marca el brazo a todo el rebaño y se entrega la lista a un oficial que controla la entrada. Otra incongruencia. No hay examen de oído como dice el pinche folleto. Ninguna explicación en la Cámara de Tortura. Un policía de grado superior supervisa el tenebroso proceso y promete orden con aire preocupado. La televisión muestra el caos y quejas de la gente. Las cúpulas tiemblan: “Culpables son los civiles”. A Jil no le importa si es Segelic o la División de Tránsito la responsable del caos. El maltrato al ciudadano es un hecho.  
Otro rumor intranquiliza a madrugones y durmientes de piso. “Sólo atenderemos hasta la una porque mañana es Año Nuevo”.
Tienen derecho de cocinar chanchito para su fiesta importándoles un bledo los cientos de sujetos sumidos en desesperación.
Los ciudadanos “jiles” comentan: “Antes coimeabas y sacabas en un rato”. “Ya no se puede”. “Se puede pero hay que tener contactos y más plata”. Son rumores malintencionados. Claro.
Su nombre retumba en la turbia sala de torturas para su silencioso regocijo. Dos días de estúpida fila para entender el caos.
Sólo hay dos personas que muestran las letritas. Cientos de jiles por día generan suficiente dinero para más artefactos y honorarios a oftalmólogos. “No es D es O. Su vista está buena todavía”. Feliz sale Jil a enfrentar la última fila. Más de una hora y surge otro rumor: “Sólo atenderemos 75”.
Luego del feriado cree hacer la última fila. Entra a un salón con trato más humano. Hay sillas y oxígeno. Cuatro filas más y recibe la licencia. Quiere gritar de emoción pero tiene pena de los jiles de las filas del salón del terror. El gran sopapo del maltrato a los ciudadanos está en ejecución.

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