Corso, violencia y fantasmas


2011
En el Corso de Corsos del año pasado, todavía al inicio del segundo mandato de Evo Morales, luego de un período altamente conflictivo de enfrentamiento político; ocurrió un choque curioso entre pandillas. Mientras se producía un descanso entre los grupos folklóricos que bailaban en la avenida Ramón Rivero y la gente jugaba con globos en las graderías, de pronto, aparecieron dos grupos de aproximadamente 60 jóvenes cada uno, corriendo para empezar a golpearse como en una gran batalla campal de películas de guerras.
Los jóvenes se golpeaban en el suelo, usaban puñetes, patadas o lo que tenían en la mano, dejando heridas y sangre por todo lado, mientras la policía brillaba por su ausencia. La escena era dantesca, pero lo más sorprendente fue el coro que el público, mirando desde las graderías, cantaba: “¡violeeencia…..!, ¡violeeencia   ……!, ¡violeeencia……!”
Muchos habrán dicho que es uno de los efectos perversos de los medios de comunicación que incentiva la violencia en la sociedad y sus “degenerados” adolescentes. Otros dirán que se trata de una simple pelea de borrachos y descontrolados jóvenes que no tienen valores y han perdido la noción de la realidad.
Pasaron unos minutos y llegó la policía para dispersarlos, muchos escaparon pero algunos fueron cargados –seguramente- hacia algún lugar de detención. Mientras el público, que seguía eufórico, cambió la melodía y, como si hubiera ensayado previamente, empezó a entonar una especie de himno informal del carnaval nacional: “Evo, Evo cabrooooon……., Evo, Evo cabrooooon……., Sos un hijo de p…, la p… madre que te pariooooo….”
Eran escenas surrealistas, no casuales porque expresan un estado de ánimo de muchos bolivianos y que, de manera real o fantástica, en la ficción y en el informativo, en el Congreso Nacional o en los Concejos Municipales, en la telenovela o en las calles de las capitales, en las filas para comprar gas o alimentos; se han cargado con pulsiones desencadenadas alegóricamente en la mayor fiesta de cierre del carnaval nacional.
Aunque es una fiesta de ruptura del tiempo y espacio formal del trabajo cotidiano anual, acaba arrastrando a la plaza pública los fantasmas de los que se quiere desprender: la violencia de la política de los últimos años, la polarización irracional, la prensa y la televisión tomadas por el sistema político, la reconfiguración del racismo, los deseos de paz y progreso y las grandes frustraciones sociales mezcladas con esperanza.
En esta fiesta la realidad se transforma en parodia y los fantasmas se exhorcizan con el desenfreno corporal, mezclado con erotismo, música, baile. Por ello, desde la edad media, era una fiesta considerada peligrosa por el poder, porque permitía que la “chusma” exprese lo que en el tiempo “normal” le era prohibido.
La interpretación y el sentido dado por el público a la primera escena es un perverso deseo de violencia expresado en el estribillo. El segundo coro no es más que la asociación del poder de represión del Estado con la imagen del Presidente que tuvo la mayor votación de la historia del país.
¿Cómo está interpretando la realidad histórica del país el ciudadano común? ¿Cómo este ciudadano está asimilando el ejercicio de autoridad en un régimen democrático con tanta concentración de poder? ¿Cómo ve la apropiación de los medios que ha hecho el sistema político? 
Parte de un cuadro de la pintora Ejti Stih

Estas preguntas no pueden ser respondidas si no tomamos en cuenta que el carnaval no es un simple desfile de disfraces chistosos, juego violento con agua o danzas ancestrales y eróticas que alegran a la gente. Es la representación de los imaginarios colectivos que se mezclan con fantasmas del mundo real de la historia y de la ficción, en un clima de desorden que paradógicamente puede ayudar a ordenar las ideas y la auto-comprensión de la sociedad.
 

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