Despiste de las élites


2008
foto: boliviapopular.com
En el 2007 se produjo una de las canciones más hermosas de la música popular de los últimos años. La canción Munask’echay del dvd “35 años” del grupo Los Kjarkas es una muestra de cómo el arte puede expresar el imaginario de grandes pueblos. Integra géneros aparentemente ajenos entre sí y da lugar a una expresión creativa y avanzada en términos estéticos y políticos para lo popular y lo masivo. Sin  embargo, como es común para las élites “cultas”, la crítica especializada no sólo ignoró esta producción.  Tal vez ni la consideró. Es un síntoma de intolerancia en tiempos de interculturalidad.
La canción no es pretenciosa en términos de contenido, tal como reclaman los cultos de la derecha ilustrada que busca educación para la “chusma”, o para los de la izquierda revolucionaria que busca concientizar a través de la letras. Habla de amor, de sentimientos simples pero profundos para los mortales de cualquier raza. El desencuentro, el dolor de la separación, “mi herida de amor”, temas universales que abordaron los incas, españoles, griegos, arios, rockeros, tangueros y chicheros cumbieros. Cada quien en su contexto.
La instrumentación tiene tres niveles de gestación. La presencia del bajo eléctrico, la batería y efectos sonoros y visuales (en concierto) tales como pantallas gigantes con altísima definición, sonido impecable, cañones de luces de colores, humo, etc.; recuerdan la estética del rock que marcó profundamente a la música del mundo en la segunda mitad del siglo XX.
Al fondo, de manera totalmente opuesta, un grupo de músicos autóctonos reviven la presencia fuerte de las culturas aimaras y quechuas en la vida nacional. Es la presencia ineludible de un pasado que resiste y tiene la capacidad de interactuar con el futuro de la modernidad del rock y la industria cultural, así como con el mestizaje generado en base a sus propias raíces en cientos de años.
El tercer nivel, al medio, muestra al poderoso neo-folklor que continua dando satisfacciones desde los años 70, especialmente con grupos que, como los Kjarkas, nunca dejan de innovar y producir nuevos lenguajes.
Una guitarra acústica inicia la secuencia de dos bloques que son precedidos por zampoñas, toyos y quenas que se funden con coros espectaculares (oir a volumen alto). Elementos de la cultura occidental, desde el afinado de instrumentos, hasta lo electrónico, se acoplan perfectamente con la sonoridad, percusión y técnica dialogada en la ejecución de vientos; propios de la música andina.
Con esta integración, que es un buen ejemplo de interculturalidad de los artistas para los políticos, queda demostrado que el arte popular expresa los imaginarios y preocupaciones más sublimes de sus pueblos. También se confirma que la radicalidad de las esencias culturales, estéticas o políticas, no tiene futuro en un mundo que, por tradición (andina), concibe la realidad formada por opuestos complementarios y que la mezcla de culturas (globalización), arte, ritmos y melodías, es parte de una evolución inevitable.
Lo que no se entiende es cómo semejante pieza musical, junto con otras del mismo disco o de otros grupos nacionales, inclusive de otros géneros como la cumbia chicha, puedan estar ausentes en las páginas culturales de los periódicos y revistas especializadas. Los  llamados críticos de arte están más preocupados con las guitarras de los geniales rockeros de los 60, el pensamiento de los poetas románticos del S. XIX y “ni bola” a lo que ocurre en nuestras narices. Usar telescopios y no microscopios es la marca de intelectuales que, están desconectados de la realidad de la cultura y acaban alimentando utopías en base al racismo, la intolerancia y la exclusión social, factores altamente renovados en tiempos recientes, pero erradicados en esta simple pero poderosa canción que estremece a miles de bolivianos. guardia@ucbcba.edu.bo

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