Descolonizar la descolonización cultural
Si se ha de descolonizar las culturas que se lo haga bien.
Es un desafío que tenemos los bolivianos oficialistas o no. La colonización
impuso nociones de cultura y arte de manera totalitaria con la radical
incapacidad de reconocer la diferencia con “el otro”. Fue una violenta manera
de ejercicio de poder donde se impuso una cultura con el supuesto de poseer la
verdad sobre todas las cosas.
Descalificar lo diferente fue una característica de la vida
colonial. Hasta hoy sigue siendo. Ejercer la capacidad de nominación servía
para rebautizar personas y lugares sin indagar antes por sus nombres
originales. Nos gusta poner nombre y clasificar las cosas desde nuestros
parámetros. Es egocentrismo individual transformado en etnocentrismo colectivo.
La colonización instaló la noción de “cultura oficial”
basada en las llamadas “bellas artes” que inventaron los europeos en el
renacimiento. Separaron actor de espectador y consagraron el museo y la sala de
conciertos o el teatro como sus escenarios de contemplación. Para ser artista
había que ser un iluminado y ser virtuoso. Los anarquistas del siglo XIX nunca
estuvieron de acuerdo con ello. Sostenían que todos somos artistas porque
tenemos la capacidad de embellecer lo que nos rodea.
La cultura fue asociada con acumulación de conocimiento
académico. El arte fue pensado como producto superior de sujetos inspirados y
hábiles para manejar ciertas técnicas cultivadas con dedicación. Los demás estaban
condenados a ser vulgares espectadores especializados en aplaudir. Una obra de
arte tenía más valor cuando transmitía más contenido racional. Valores que las
élites consideraban importantes para toda la sociedad. Obras que iluminan o
enseñan.
Lo que no cuadra con estos parámetros fue y sigue siendo
objeto de descalificación y desprecio. Lo emocional y no ilustrado desmerecen
la atención de quienes se auto califican como cultos o capaces de apreciar el
“buen arte”. La pretensión de criticidad es también un valor colonial. Está
basada en el supuesto de que hay personas inconscientes que consumen cultura en
estado de acriticidad. Hasta se llegó a teorizar sobre la diferencia entre
receptor pasivo y un perceptor activo. Como si la inteligencia fuese privilegio
de ejercicios intelectuales especiales y superiores. Son teorizaciones
creativas de ejercicio de poder.
Se condena y descalifica automáticamente los productos de
industria cultural como si fueran contrarios a la reflexión y al pensamiento
crítico. Se ignora que la significación es un mundo infinito de posibilidades
también. No se puede saber qué ocurre con los signos cuando éstos llegan a las
mentes de las personas. Todos tienen referentes y “mundo vivido” para asimilar
o rechazar los discursos de la oferta masiva. Las industrias culturales también
suelen reflejar estados de descontento y crítica social altamente politizada. Basta
ver lo que ocurre en Venezuela con canciones comerciales llenas de criticidad.
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Se ha convocado a los artistas nacionales a hacer
el Registro de Artistas. Las categorías incluyen expresiones tales como danza o
música autóctona originaria. Siempre presente la capacidad unilateral y
colonial de nominación. “Arte originario” aparece como por presión de las modas
del discurso cultural politizado. De nuevas formas de ejercicio de poder. No
existe arte en el mundo andino originario desvinculado de religiosidad y
ciencia. Separar lo estético de la complejidad festiva y ritual es una agresión
colonial al viejo estilo de las extirpaciones. Se destruye en vez de
fortalecer. Pero también se separa los artistas de los no-artistas. Una nueva
(vieja) forma de estratificar la ya estratificada sociedad. Otra manera de
estimular la competitividad individualista de occidente que llegó por el mar. Descolonizar
con propiedad exige primero comprender la complejidad cultural con pertinencia
y sacudirse de cualquier forma de ejercicio de poder.
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