Malditas redes
“La gente ve algo en las redes y cree a ciegas”. Es lo que
piensan quienes atribuyen que lo ocurrido en las redes sociales es la causa de
la derrota del SI en el referéndum del domingo. Eso supondría cierto grado de imbecilidad
colectiva en los nuevos pro-sumidores digitales.
Las campañas para el referéndum tuvieron dos momentos muy
marcados. El primero iniciado hace meses con un claro desequilibrio de recursos
en favor del oficialismo y una dispersión de iniciativas por el lado del NO. Se
priorizó el uso de medios masivos con estrategias irresponsablemente
tergiversadoras acerca del proceso. No
se debatió sobre la pregunta ni las consecuencias de sus posibles resultados.
Parecía una disputa entre el todopoderoso Evo y la triste y fracasada vieja
oposición. Ningún lado se preocupó por informar a la población que se quería
modificar un principio de la democracia. Una de sus reglas más importantes. La
alternabilidad.
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(foto propia) |
Bajas acusaciones y reproches
absurdos por ambas partes. “Quien vote por el No está a favor de la oposición y
el imperialismo”. “Este gobierno no hizo nada en favor de los bolivianos”.
Aseveraciones torpes fueron parte del evidente desprecio a la inteligencia del
ciudadano boliviano. Entrevistadores
profesionales hicieron monólogos con el poder. Lamentables marionetas
aparecieron en la memoria colectiva.
Hasta que el paisaje político tuvo un giro violento horas
antes de un conflictivo carnaval.
Un periodista que no es periodista nos presentó a una
enigmática dama de azul y el cielo para muchos comenzó a apagarse o se congeló.
El pobre debate (?) apretó el acelerador y se trasladó a las redes de la
internet. Bromas y datos tan creíbles como reales. Bochorno y exageración.
Típicos componentes de una guerra política en la que todo vale bajo la protección
del Derecho a la Libertad de Expresión. La conciencia política suele tomar
forma de humor.
Dos tipos de actores políticos actuaron detrás de los
emocionados y sarcásticos mensajes. Los considerados voceros oficiales de ambos
lados y los ciudadanos que por iniciativa propia producen y emiten contenidos.
En las redes no existe el compromiso con el Derecho a la Información que
supuestamente guía el trabajo de los medios en sus programas informativos.
Inclusive hablan sujetos fantasmas. Todo vale en medio de razones y pasiones.
Los humanos somos así también en la redes.
Las supuestas novedades acerca de elegantes movidas en el
entorno del presidente calaron hondo en las conciencias de muchos bolivianos. Y
no es que se las hayan creído sin la desconfianza propia de toda sensatez.
Cuando las “mentiras” se hacen colectivas y llegan con matices o respaldos que
insinúan solidez se pueden convertir en verdad. Al boliviano medio le gusta la
familia monogámica y condena la irresponsabilidad familiar. Hay subjetividades
de las que no se habla pero funcionan en las mentes de manera radical. Todos
quieren tener “una casa que sea bonita y una piscina para nadar”. Pero el
enriquecimiento vertiginoso de pocos detrás de discursos filantrópicos puede
despertar broncas o reacciones aleccionadoras. Eso no depende de las redes ni de
los medios masivos. Las redes nunca son actores sociales como afirman
despistados analistas. Los medios son canales que transmiten lo que los actores
visibles o fantasmas quieren decir. Las mentes toman posición asociando y
comparando lo que viven y perciben de la realidad.
Bolivia es un país estructural y a veces deliberadamente
desinformado. Lo que no impide que la
inteligencia de sus ciudadanos pueda deducir credibilidad y contrastar datos de
la multiplicidad de fuentes que saturan el entorno en contextos de disputa por
el poder. Controlar las redes en tiempos de hiper-conexión es absurdo. Mejor será
reconocer errores y educar para el ejercicio ciudadano.
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