Reconfiguraciones del poder en la cultura
En Bolivia existe un discurso excluyente que margina las
manifestaciones que no son concebidas dentro los parámetros de la ilustración.
Es una herencia de la historia que no se la puede negar. Se manifiesta cuando
clasifica y excluye lo diferente. Una forma de hacerlo es negando expresiones
con carácter estético que no se encuadran en los marcos de la mirada “culta”
occidental. Otra es despreciando las narrativas simples y melodramáticas
presentes en canciones o literaturas masivas que recuperan memorias urbanas o
rurales y las contrastan con problemas de la modernidad. En ambas actitudes el
mecanismo “cultural” y sus discursos operan como estrategias de exclusión
social. La ilustración estratifica a la sociedad entre quienes saben y los que
no saben. Entre quienes pueden disfrutar una obra y quienes no tienen la
competencia para la decodificación.

La otra forma de ejercicio de poder es el peligroso control
del arte y la cultura. Eso no es nuevo en el mundo. Algunos fantasmas reviven
cuando el poder nubla la acción y los ojos del político que controla
instituciones y recursos. El riesgo es que a título de apoyar la revolución o
el proceso de cambio se vaya a definir qué es lo que se debe producir o
consumir en Bolivia. Sería un retroceso y atropello a la Libertad de Expresión
de pensamientos y emociones de los ciudadanos en una sociedad que se declara y
asume como constructora de una difícil democracia.
La crítica y la problematización son importantes porque los
discursos y concepciones de arte y cultura están ligados a la administración y
distribución de recursos públicos. Los conflictos coloniales no están resueltos
porque las diferencias de cosmovisiones prevalecen pese a los siglos de
violenta adaptación. Es la marca del poder político sobre las culturas. Viejas
prácticas y celebraciones cargadas de intencionalidad estética se recrean al margen
del Estado. Nuevas condiciones de producción y difusión de arte se generan
envolviendo en su magia a personas diferentes. Las culturas e identidades están
en movimiento y no se puede cerrar a los ojos ante la riqueza de
significaciones producidas en la fiesta religiosa o frente al televisor. La
democratización del campo simbólico es tan urgente como el respeto a la
libertad de producción y consumo en las condiciones sociales de cada poblador.
Este es el nuevo horizonte político que desafía el ejercicio de ciudadanía
dentro de este campo.
El poder tiene formas creativas de reconfiguración. Sea de
derecha o de izquierda. Por ello es necesario no perder de vista cómo se
representa la conflictividad cotidiana del país o su evasión en las
manifestaciones y obras de los artistas populares y eruditos. Cómo el Estado
ejerce la gestión de los recursos en una perspectiva participativa y
democrática. Sin arbitrariedad. Cómo los medios de comunicación generan agenda
cultural dentro las reglas del mercado. Si reproducen discursos coloniales o
generan espacios pluralistas de debate. Cómo se articula ese mapa de actores en
función de un proceso de reinvención de lo político en el campo cultural. Para
que todos los ciudadanos puedan sentirse reconocidos en la construcción de la
historia y en los procesos de la producción y circulación de arte y cultura.
estemarcegua.blogspot.com
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