Fiesta también es cultura


Tránsitos de la estética desde las galerías hasta la calle


La primera Constitución Política del Estado boliviano de 1826 dejó establecido que sólo los blancos eran ciudadanos y no así los indios. Los letrados también. No los analfabetos. Los católicos sí y los otros no. La cultura y el arte oficial durante la colonia y la República siempre fue la letrada. Las expresiones estéticas indígenas fueron reprimidas y no reconocidas por estar vinculadas a supuestas idolatrías. En el siglo XXI muchas cosas cambiaron en el ámbito de las artes y culturas. Pero rige de manera hegemónica una visión que excluye las manifestaciones populares mestizas e indígenas. Ellas no se ajustan a la elitista forma de concebir la producción simbólica.
Así lo confirmó Carlos Mesa en una entrevista publicada por este mismo suplemento hace algunas semanas. Hizo una revisión de los momentos más importantes de la cultura boliviana desde el siglo XX y no dudó en ignorar todo lo que es indígena o popular-mestizo. Como si esas no fueran culturas. Colón asoció la desnudez de los indios con la desnudez de cultura. Por eso pidió a los Reyes de España inculcarles la religión y la cultura europeas. Ese pensamiento parece no haber cambiado en pleno siglo XXI.
Mesa habló de hitos de la literatura y la poesía desde inicios del siglo XX. Señaló acertadamente a la Revolución del 52 como el momento de reafirmación oficial de lo mestizo. Mencionó varios ejemplos de artistas plásticos y del cine que representaron a los indígenas y a los mestizos como objeto de sus creaciones estéticas. Pero nunca como agentes productores de cultura.
Es el discurso oficial sobre cultura boliviana que nació enraizado en la conflictiva interacción cultural de la colonización. Su marca es la exclusión de lo no occidental. Suponía que los pobres indiecitos no sabían leer y menos apreciar el conocimiento “elevado” que los criollos ostentaban. Las representaciones pictóricas en sofisticados lienzos trabajados con técnicas extraídas de las corrientes vanguardistas europeas sirvieron como instrumento didáctico para apoyar la extirpación de idolatrías. Se les enseñó música barroca como parte de su estrategia evangelizadora. Se generaron muchas y riquísimas manifestaciones artísticas mestizas. Algunas pasaron a ser reconocidas por las élites porque incorporaban técnicas y escuela de las bellas artes. 
Los indígenas siempre estuvieron como motivo de la narrativa literaria o como parte del paisaje misterioso de Los Andes. Con quena y llamita de altiplano. Otras veces como rebeldes y nobles insurgentes. Las grandes obras del siglo XX convirtieron al indio y al mestizo en objeto de sus creativas fantasías. Pero estos mayoritarios actores nunca produjeron algo digno de ser reconocido por este discurso. Imposible. Si hasta la mitad del pasado siglo sus manifestaciones eran reprimidas o depreciadas sistemática y abiertamente.
En el Renacimiento se fragmentaron las manifestaciones culturales que integraban el arte con la religión y la ciencia. La separación actor/espectador y el virtuosismo del creador señalaron que el camino de la religión y la ciencia debían separarse del arte. Lo mismo pasó con la política y la educación. Entonces las artes (bellas) pasaron a ser consideradas la “más elevada” forma de expresión de cultura e identidad. Y sólo algunos privilegiados tenían inspiración artística. Había que cultivarse no sólo para producir con técnica e inspiración casi divina para ser digno de “contemplación” por parte de también cultivados apreciadores de esas artes. Así nacieron el museo y las salas de exposición y concierto. La estratificación creciente de la sociedad moderna finalmente profundizó la brecha entre élites cultas y “chusmas” sin educación para apreciar esa cultura.
Con esa concepción de estética llegaron los españoles a este continente. Aquí el arte estaba indisolublemente fundido con los rituales de la religiosidad y la cosmovisión generada por los ciclos agrícolas. Era imposible que los indígenas interpreten música fuera de las fiestas de cambio de estación. Las celebraciones eran un derroche de manifestaciones estéticas en las que la música era el fondo de la danza y la exhibición de maravillosos vestuarios tejidos en múltiples colores. No había separación entre arte y las demás dimensiones de la vida política y espiritual de la sociedad. Todos eran o podían ser artistas.
En Bolivia la mayoría de las culturas populares no está separada de sus dimensiones originales. Para las élites nacionales eso no es arte ni cultura. Por eso no están en la historia oficial (colonial) de las “elevadas” expresiones espirituales.
Lo popular fue y es considerado vulgar y “sin contenido”. Está al lado de la borrachera y el exceso. No tiene estilo ni academia. Por eso no es arte. El problema es que los espacios más importantes de creación simbólica en Bolivia tienen relación con la fiesta. Y la fiesta no puede entrar al museo “decente” ni a la “distinguida” sala de concierto. Para hacerlo tiene que pasar por el filtro de la higienización común en expresiones como el Ballet Folklórico que sacude y separa la coreografía original de las danzas de su lado excesivo. Los sudorosos abrazos y libaciones compartidas en las entradas de fiestas religiosas se erradican para que el espectador se inaugure como público que contempla y aplaude en ritualizadas manifestaciones de reconocimiento de la belleza del arte descontextualizado. La lógica occidental se impone y distorsiona lo popular por dentro. 

Los festivales de música autóctona son la mejor muestra de la des-ritualización y descontextualización de complejas manifestaciones populares. Las lógicas preservacionistas del discurso oficial acaban destruyéndolas en vez de protegerlas.
Son concepciones radicalmente distintas de cultura. Las fraternidades no entrarán a los museos ni los artistas reintegrarán la complejidad de manifestaciones anteriores a la fragmentación renacentista. El Estado Plurinacional tampoco tiene clara la figura. Lo mestizo no existe para el actual gobierno. ¡Qué raro! El poder hegemónico y el de la palabra contaminan el desarrollo de las culturas y distorsionan las lógicas de representación simbólica que no se acomodan a la noción ilustrada de arte.
Urge un debate profundo respecto de la gestión cultural para que no se siga sosteniendo erróneamente que sólo la ilustración produce arte y cultura. Para que las élites dejen de designar como “artesanía” a todas las expresiones populares indígenas y mestizas. Para que las “élites cultas” se den cuenta de que en los últimos años se ha producido una revolución estética y discursiva de los imaginarios mestizos urbanos y rurales con la vertiginosa renovación de la cumbia boliviana a través de los zapateos. Que los informales circuitos de producción y difusión de la llamada "música chicha" mueven más gente y recursos que cualquier otro espacio de producción cultural en Bolivia. Dentro de pocas semanas re realizará el segundo “Festipollera” en Cochabamba. Que los Wititis han triplicado su presencia en la entrada del Carnaval de Oruro. Que han empezado a abrirse espacios para lo quechua y aimara en el Carnaval de Santa Cruz. Que se ha confirmado que la risa sarcástica y política del Café Concert sale mayoritariamente de Cochabamba. Que el Corso de Corsos es el carnaval más libre y abierto del país porque no tiene compromiso con la UNESCO o algún santo. Tampoco con la construcción imaginada de identidades regionalistas.
El espacio de producción de cultura y arte más importante del país rodea a la cumbia boliviana y sus múltiples manifestaciones. Utiliza redes y TIC más eficiente y creativamente que las élites. Todo sin el apoyo del Estado ni el patrocinio de los gestores culturales.
Hay que revisar las nociones oficiales para reconocer la intencionalidad estética en los productos y consumo de todos los sectores en tiempos de democracia intercultural. Las culturas y artes populares nunca fueron estudiadas ni analizadas como las de las élites letradas. Salvo para la documentación etnográfica. Urge también escribir esas historias.
El consumo mediático también es producción de sentido cultural. El arte no sólo está en el mensaje sino también en la producción de sentido. No se puede despreciar la apropiación que Mamani Mamani hace de las lógicas del mercado. No olvidemos que la significación es un proceso complejísimo marcado por la subjetividad de la vida cotidiana y los imaginarios cargados de memoria y también de futuro. Calificar peyorativamente lo que no coincide con los parámetros propios de arte es un acto de autoritarismo excluyente. Miles de neolectores en el país y el continente están aprendiendo cosas importantes para sus vidas a partir de la literatura de autoayuda. Peor es que no lean. Cuestionar esas lecturas es marginar la entrada de millones de habitantes al ámbito de la ilustración. Absurda paradoja. Lo mismo vale para el melodrama mexicano o el talk show de Laura. Esas actitudes retrógradas de desprecio por lo masivo están siendo superadas en tiempos de tolerancia intercultural y global. Hacen parte de un triste pasado colonial.
No está mal que cada quien exprese lo que desee y en la forma que le parezca. Lo que no es sostenible es hablar de historia de las culturas y artes ignorando lo popular. 
"Sillero andino (...) Si no bubiese sido por la lluvia, el pasajero habría sido representado leyendo un libro, que era la manera más aconsejada de matar el tiempo mientras se viajaba de este modo". (Mary Pratt; Ojos imperiales, literatura de viajes y transculturación)

Comentarios

  1. En alguna ocasión llevé a un grupo de música autóctono de la región de Los Cintis de Chuquisaca a un afamado programa de televisión estatal en la ciudad de La Paz. Cuando el espectáculo comenzaba a deslumbrar con sus colores: faldas que se movían, tarcas que comenzaban a aullar en compañía de empíricas voces indígenas... el/la presentador/a movió el piso desde sus cimientos. Pararon el emotivo baile/canto/ilusión; la lógica occidental, consumista del tiempo, y aún más afianzada en el propio estilo de vida vertiginoso de Chuquiagomarka, mató la ilusión generada por aquellas poco afamadas representaciones de una loca comunidad apartada. Mis invitados no supieron por qué habían esperado más de hora y media, para no poder representar su expresión en menos de dos minutos.

    Entiendo nuestro estilo de vida, la vida occidental enraizada en el Estado Plurinacional, pero creo que es importante comenzar a elaborar/deconstruir, como dice el autor, desde nuestro más profundo sentir boliviano, las nuevas formas de vivir el Vivir Bien. De escribir nuestra historia con nuestra propia pluma y a nuestra propia forma, algo sentido como la nueva propuesta de paradigma de desarrollo del Estado Plurinacional.

    Jallalla Bolivia.

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  2. RESPUESTA DE CARLOS MESA A UN ARTíCULO DE MARCELO GUARDIA, PUBLICADO EL ANTERIOR DOMINGO
    Fiesta es cultura, sin “también”
    Por: Carlos D. Mesa Gisbert | 09/09/2012

    En un extenso artículo** publicado el pasado 2 de septiembre en Opinión bajo el título “Fiesta También es Cultura”, Marcelo Guardia Crespo, refiriéndose a una entrevista que me hizo ese medio en abril de 2012, indica que “Mesa…no dudó en ignorar todo lo que es indígena o popular-mestizo (en la cultura boliviana)”, para reafirmar, en el contexto de quienes reescriben la historia y se suman al imaginario del “año cero de la Revolución” marcado el 22 de enero de 2006, que el reconocimiento de lo indígena, mestizo y popular como expresión de creación y práctica cultural es reconocida recién ahora. Repite, igual que quienes quieren consagrar una nueva historia, que hay un “discurso oficial” sobre la cultura boliviana, del que -afirma- soy parte.

    Es el riesgo de juzgar a alguien por un fragmento y no por el todo. Para comenzar lo invito a leer las páginas 115-126, 613 y 714-715 de la octava edición de nuestra Historia de Bolivia. Pero, algo más, si hubiese investigado antes de despacharse con tanta soltura sobre mi interpretación de las culturas bolivianas, hubiese leído el libro Territorios de Libertad (1995) en el que dedico dos capítulos expresamente al tema de culturas e identidades. Me permito extraer un fragmento de esa obra (escrito once años antes del “año cero de la nueva historia”) que demuestra que el empoderamiento de la fiesta como hecho creativo indígena-mestizo es muy anterior al 2006, y que mi posición sobre el tema nada tiene que ver con lo escrito por Marcelo Guardia Crespo.

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  3. Carnaval: los nuevos caporales*

    Cascabeles en las botas, pecho semidescubierto, saltos acrobáticos, el mundo a los pies….Los caporales están en las calles. Por primera vez, los cuatro puntos cardinales de la ciudad han sido tomados por un baile que había transitado solamente por la vereda de lo popular. Una estética, una forma de expresión que había estado expresamente omitida como reflejo de la totalidad de la sociedad boliviana, empieza a transformarse en un símbolo de identidad. La identidad es, en esa dimensión, un proceso de construcción muchas veces inconsciente. El caso del carnaval es un notable ejemplo de cómo una nación va construyendo sus paradigmas entre el enfrentamiento, la captura y la mutua conquista.

    El carnaval tal como lo entendemos y valoramos hoy va parejo a la evolución de una sociedad enquistada por siglos, que fue progresivamente asumiéndose en su realidad. La superposición de fiestas rituales del mundo campesino, de fiestas religiosas católicas y el carnaval traído de occidente, terminó por conformar lo que hoy es orgullo de todos. Así, comienzan a confluir quienes no solo no se tocaban sino que se rechazaban, el patrón no bailaba con el pongo, el patrón imitaba las mascaritas, pierrrots y colombinas venecianos (los cholos inventaron en cambio, con un original y bello toque propio, el pepino), mientras en el campo quechuas, aymaras y orientales bailaban en una sinfonía de colores y de ritmos musicales absolutamente distintos, la perpetuación de su pasado. Ni unos ni otros sospechaban que la dinámica del folklore terminaría derrotando esos compartimentos estancos. Así, el danzanti, los diablos y los morenos, trasladarían al mundo indio la colisión cultural con occidente, y un auto sacramental que refiere la derrota de Luzbel se transformaría en el símbolo pagano religioso más caracterizado del carnaval más famoso del país. La fiesta de la Virgen del Socavón fue prestada al carnaval, mientras los arlequines eran derrotados por los bailarines descolgados del altiplano y los valles en las grandes ciudades. El carnaval a la europea que La Paz, Cochabamba y Santa Cruz desarrollaron exclusivamente para “gente bien” fue inevitablemente desplazado. La revolución de 1952 dio un espaldarazo a ese cambio con la irrupción de los festivales indígenas. Las plumas multicolores, las tarkas y las quenas dejaron de están aisladas en el ámbito rural, pero siguieron todavía como música de indios y para indios. El patrón comenzó a ver, mal que le pesara, a los excolonos circulando por las calles de “sus” ciudades al ritmo de una música monótona y repetitiva para sus oídos.

    Imperceptiblemente los aymaras y quechuas se encholaron en la ciudad y la impregnaron de sus elementos culturales, pero, igual que en las viejas ciudades coloniales, sus fiestas y celebraciones no rompían los límites de la muralla ya inexistente infranqueable de los viejos barrios de indios impuestos por el Virrey Toledo. Al despuntar los años sesenta Oruro, por ejemplo, era ya un carnaval importante, pero los caballeros los ignoraban. Bolivia se mostraba mestiza cada vez con menos vergüenza de si misma.

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  4. Hacia mediados de los setenta, Oruro y Santa Cruz habían construido ya una tradición carnavalera, en los Andes con la fuerza del pasado colonial mestizado, en el llano con la influencia de la Tarasca ( remembranza europea del Apocalipsis), los aires afros del Brasil y una lógica “aristocrática que todavía pervive.

    Cuando en La Paz la fiesta del Señor del Gran Poder cruzó el río Choqueyapu y logró que sus bailarines bajaran por la Mariscal Santa Cruz y el Prado, la fiesta chola había comenzado a ganar una batalla que obligó al ex-patrón a aceptar que “su ciudad” quizás nunca había sido suya.

    De pronto, los estancos se abrieron. Los jóvenes de la clase media primero y de la burguesía después, descubrieron la sensualidad y el erotismo de determinada música folklórica. La promesa a la Virgen del Socavón de bailar por lo menos tres años en Oruro, que había sido resorte de la minúscula clase media y acomodada de Oruro, comenzó a extenderse lentamente a las ciudades más próximas. En tanto, una Virgen “advenediza”, la de Urkupiña, era la patrona de la nueva fiesta estrella en Cochabamba. El carnaval se alarga en el año y se vuelve una rueda (como la de la fortuna) en la que los extremos se tocan.

    A la vuelta de un par de años, la burguesía paceña y cochabambina empiezan un proceso de apropiación. La música mestiza ha seducido a los ex-patrones, que finalmente bailaran en la misma fiesta con sus ex colonos. Han pasado varios siglos y una revolución para que eso ocurra. En el ínterin una estética de espectáculo sensual-sexual con aire de carnaval de Río ha ido tomando lugar en la fiesta india. La aparición de travestis, el progresivo y desbocado reducir de las polleras hasta convertirlas casi en cinturones que exhiben a plenitud las piernas enfundadas en medias de nylon y bombachas de primorosos encajes blancos, han impuesto una nueva idea de belleza en un carnaval que seduce a todos. En poco tiempo las señoras respingadas y los caballeros que jamás en su vida hubieran sospechado que se matarían por enfundarse botas doradas y con ruido de cascabeles, toman las calles y bailan e inventan pasos y transpiran y disfrutan y aman el baile más que la vida misma. Bailar en Oruro es un honor, aunque les toque el puesto 47 precedidos por ex mineros relocalizados, dueños de flotas y micros y prósperas maestras mayores de mercado. Los estudiantes toleran siete aplazos pero no el rechazo de una comparsa en la entrada universitaria. Las ciudades de occidente han sido tomadas por el carnaval mestizo. Unos se apropian de otros. Aún en Santa Cruz, la saya intenta una valerosa presencia en medio de la tradición camba.

    Aunque por ahora los ex-patronos sólo bailan de caporales, con el látigo en la mano por si las dudas. No son ni chutillos, ni llameros, ni auqui auquis. Han escogido un baile en el que la belleza y la soberbia se mezclan. Al fin y al cabo cada cual intenta representar su propio papel, aún en el carnaval.

    _____

    * Extraído del libro de Carlos D. Mesa Gisbert, Territorios de Libertad, La Paz 1995, Edición de PAT y Banco BISA, pp. 83-86.

    ** Nota de los editores: La RAMONA publicó anteriormente una entrevista al expresidente e historiador Carlos Mesa (http://www.opinion.com.bo/opinion/ramona/2012/0513/suplementos.php?id=3046), a partir de la cual el comunicador y docente Marcelo Guardia Crespo escribió una nota publicada el anterior domingo (http://www.opinion.com.bo/opinion/ramona/2012/0902/suplementos.php?id=3660). Publicamos ahora la respuesta de Mesa.

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  5. Como se puede apreciar, Carlos Mesa no cuestiona la existencia de un discurso oficial sobre arte y cultura en Bolivia. lo único que hace es decir que él no se considera parte de él. Hay que esperar si alguien abre el debate.

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  6. A PROPóSITO DE ALGUNOS DEBATES A CERCA DE “LA CULTURA”
    La fiesta sigue se está
    Por: *Javier Romero Flores | 16/09/2012

    No, el título no es un error, lo que se quiere enunciar es lo que realmente representa esa expresión, que algunos ilustrados seguramente, en un tono paternalista, la denominaran “popular” y después dirán, sin sentido. Para nosotros esa expresión representa un conflicto civilizatorio, que se origina con la primera Modernidad, a fines del siglo XV y principios del siglo XVI, pero al mismo tiempo expresa claramente lo que se quiere decir. Esto es, que la Fiesta sigue, como continuaron el taky onqoy en su tiempo. Se mueve, transita, interpela, cuestiona y agrede al encubridor/dominador, desde lo sucio, desde lo siempre negado. Desde el aliento a coca, a chicha, sea de yuca, de maíz o de cebada, a alcohol o cerveza. Pero así como la Fiesta sigue, la Fiesta se detiene, se está en hay nomás. Y gracias a este detenerse en su Horizonte de sentido, profundo, es que ahora lo político se cuestiona desde nuevas formas de pensar y vivir la vida. Si no se entiende la importancia de las racionalidades otras, desde las cuales se está interpelando al proyecto civilizatorio Moderno/Colonial/Patriarcal, será difícil comprender lo que significa la Fiesta en la Bolivia del siglo XXI y lo que significó en su devenir. Digo todo esto en relación a las reflexiones de Marcelo Guardia, “Fiesta también es cultura” y a la de Carlos Mesa “Fiesta es Cultura, sin ‘también”, publicadas en semanas pasadas en el suplemento la Ramona del diario Opinión.

    En la búsqueda por comprender mejor los conflictos de este país, a los que ingresé a través de la Fiesta, he recorrido varios itinerarios, seguramente no todos, no me jacto ni de ser ilustrado, ni erudito. En esta búsqueda, además de productores de lo festivo, en los últimos años, me he encontrado con varios pensadores, que desde fines de la década de los sesentas han ido desarrollando pensamiento relativo a lo que se conoce como Latinoamérica y, al mismo tiempo, éstos han ido cuestionando y debatiendo las ideas de pensamiento, cultura, historia, en todos los casos “universal”, producidos desde el eurocentrismo europeo y exportados e impuestos como Modernidad/Colonialidad/Patriarcal, hacia todo el mundo.

    Para el caso de este debate, la preocupación de lo que en el ámbito ilustrado se entiende por “cultura”, no sólo está presente en Bolivia y, aunque la discusión de esta categoría se ha desplegado bastante, las élites ilustradas la siguen utilizando en función de los intereses moderno/coloniales. Si bien la palabra “cultura”, por su etimología nos remite a tiempos antiguos, es el mundo Moderno/Colonial/Patriarcal el que le asigna su función política específica. Inmanuel Wallerstein, entre algunos, es uno de los pensadores que mejor se acerca a esta función, cuando se refiere a la cultura como “campo de batalla ideológico”. Lo que hace este pensador, de manera crítica, es mostrar cómo, el sistema mundo moderno, que además es colonial/patriarcal, desarrolla una idea de cultura que cohesiona y reivindica determinados grupos y, al mismo tiempo, esa idea se transforma de manera encubierta, para separar a los mismos grupos y consolidar la dominación del Sistema Mundo Moderno/Colonial/Patriarcal.

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  7. Obviamente, cuando se ha asumido la propuesta categorial del “conocimiento universal” como verdadera y única, no se puede mirar y menos ver este nuevo Horizonte de sentido, que al mismo tiempo es un nuevo Horizonte Político, encubierto por la categoría “cultura”. Seguramente por eso se alude con ironía a “… quienes reescriben la historia y se suman al imaginario del ‘año cero de la Revolución’ marcado el 22 de enero de 2006”, reivindicando su “única” historia de Bolivia, sin haber problematizado tampoco la categoría historia y negándose la posibilidad de producir comprensiones, no “miradas”, más allá de la camisa de fuerza del arsenal categorial de la Modernidad/Colonialidad/Patriarcal, y con esto sin comprender lo que realmente sucede más allá de los salones o los escritorios, donde sólo llegan discos, libros o periódicos, cual realidad absoluta. No señor, este nuevo Horizonte de sentido del que la Fiesta es su guardián y reproductor, no se inicia en aquel llamado, “año cero”. Para esto no hay fecha, hay recurrencia como la del estar siendo, como la del sigue se está y como no hay fechas, menos se encontrará en las anotaciones de los libros, o sea, esto es memoria, no historia.

    Si la “Fiesta también es cultura” o “Fiesta es Cultura, sin ‘también” no es el problema. El problema, que así mismo es el de la intelectualidad, no sólo boliviana, sino también latinoamericana, que intenta comprender la realidad sin problematizar el conocimiento de la Modernidad/Colonialidad/Patriarcal y su ejercicio dominador/encubridor de realidades, que las ha transformado en invisibles y con esto en “inexistentes”; es que no se problematiza, sólo acata.

    La mayor debilidad en la producción de conocimiento es repetir y acatar. En este debate, no se problematiza la categoría cultura, lo que se hace es repetirla y acatarla, así como todo lo que se produjo y se produce en el mundo de la Modernidad/Colonialidad/Patriarcal, no se reflexiona, no se discute, se acata. Por eso se encubre y se desvía la discusión, en la mayoría de los casos sin darse cuenta. Así, parecería que el problema es la Fiesta y no la “cultura”. Pero como ya dije, la Fiesta sigue se está, como hace siglos.

    Por una parte, esta corta discusión responde más a una mirada de la “cultura de editorial”, sea en los libros, en los discos, en los periódicos o en la televisión, se trata de los productos que se ofertan y que pueden ingresar descontaminados a las casas y los salones. Estas personas no se pueden “ensuciar” o “contaminar” saliendo de los salones, ya sea de “tertulia”, de espectáculo, de enseñanza aprendizaje, etc. Esta “cultura” no conoce los Sicuris de Niño Corín, o los múltiples ejecutores de charango del Norte de Potosí, tampoco las tarqueadas de Turco, o los “Festipolleras” mencionados, entre una gama infinita de vida presente en muchos de los recovecos de re-existencia de nuestro país. A no ser que estos les lleguen editados. Es a esta “cultura editorial filtrada” a la que se nombra en aquella rememoración de una descripción apasionada del siglo XX, paradójicamente, en un debate que surge en el siglo XXI, en el que, en el intento de desautorizar desde la supuesta erudición del ilustrado, lo que se hace es demostrar que la crítica tenía razón de ser.

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  8. Por otra, desde la noción de productores y consumidores culturales se quiere reconocer intencionalidades estéticas. Si bien se supera en parte la “cultura editorial”, desde el mismo entrampe categorial se confunde y no se explicita el problema de la subjetividad boliviana, mestiza, producto del despliegue de la racionalidad de la Modernidad/Colonialidad/Patriarcal, de la que todos somos parte, pero de la que algunos se sienten orgullosos y expertos en ella y otros la estamos reflexionando desde un intento de producir autoconciencia crítica. En esta confusión se alude a una exclusión de lo mestizo, que en mi parecer, más bien se lo reivindica, pero esta reivindicación viene de la subjetividad dominadora Moderna/Colonial/Patriarcal, que además se hace presente con toda la carga del encubrimiento del ego conquiro.

    Si bien este debate parecería ser para ilustrados o, por lo menos para “sabidos”, lo que nos muestra la realidad es que las prácticas culturales han rebasado el debate de los ilustrados. Y desde hace ya algún tiempo, es desde las bases, en los procesos políticos, que se está dando línea y demarcando el nuevo Horizonte de sentido para entender los nuevos procesos en nuestros países. Aunque seguro que, más allá de esto, las élites seguirán haciendo gala de erudición ilustrada desde los salones y los escritorios.

    En el marco de la comprensión de “la cultura como campo de batalla ideológico”, lo que aparece son los conflictos de poder, por los que se entabla esa o esas luchas. Si bien todavía existe alguna gente con aire de ilustración, con “nostalgia aristocrática” como explicó HCF Mancilla hace algunos años, que quiere seguir proponiendo el horizonte de sentido de la Modernidad/Colonialidad/Patriarcal como referente, desde los salones; la realidad de la calle, de la coca como primera palabra, del alcohol en libaciones compartidas de las mismas botellas o vasos, con músicos y danzarines sudados, de los buenos/malos olores, del viento que se estrella en el rostro, de los piojos y las pulgas en el cuerpo; nunca ha dejado de producir y reproducir estéticas y políticas otras, que no es lo mismo a otras estéticas y otras políticas. En este marco, la Fiesta deja de ser “cultura”, más bien se convierte en práctica política e “instrumento” de lucha. Entender esto último es lo que hace la diferencia para poder darse cuenta del desubique de la intelectualidad en Bolivia y en Latinoamérica.
    * Orureño con formación en ciencias sociales.
    warikato61@yahoo.com

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