Rock nacional: entre la irreverencia y el convencionalismo


2006
Para muchos resulta extraño constatar que en Bolivia hubo rock casi de manera paralela al que surgía en Europa y EEUU. A fines de los sesenta, varios grupos de conformaban la base de lo algunos consideran un movimiento inicial del rock en ciudades como La Paz, Cochabamba, Oruro y otras. Su música era, casi en su totalidad, interpretaciones de temas de los grandes grupos rockeros del mundo. Los nombres de los grupos así como las canciones que interpretaban eran en inglés. Casi lo mismo ocurría en la Argentina, pero com más vigor por la cultura evidentemente más europeizada de ese país. Los seguidores de estas bandas eran jóvenes de clase media que tenían acceso a esta cultura internacional a través de algunos pocos programas de radio, emisoras de onda corta y discos que llegaban por encargo. No era un movimiento masivo, sino casi elitista.
Algunos compositores decidieron hacer el rock nacional con temática y letra propias. Los cochabambinos “50 de Marzo” son pioneros en esa línea. El simple Cicerón es clave para el inicio del rock con identidad nacional, porque pone en escena la ruptura generacional que se había dado a nivel internacional y la necesidad por parte de la juventud citadina por creas espacios de identidad.

Dante Uzquiano, cantante de Wara
En los años setenta, paralelamente al periodo dictatorial más retrógrado de la historia, el rock curiosamente asume una postura radicalmente andina. Wara es el grupo más importante del rock-fusión hasta el presente. Nadie logró superar la riqueza musical de sus primeros discos ni la habilidad para combinar ritmos autóctonos con estructuras e instrumentación occidental. Lo que hace Octavia actualmente es chiste decorativo y epidérmico. La música de Wara expresa una mirada criolla de curiosidad y apología del “indio” , su cultura y el paisaje andino como algo telúrico y misterioso. Casi el mismo discurso del neo-folklore que se gestaba paralelamente.
Esa misma década hubo el tránsito del rock sinfónico de las grandes bandas inglesas, hacia las dos salidas conocidas: el punk y la disco music. “Luz de América” retomó algunas ideas de Wara e hizo una fusión pop con evidente sello disco.
Nada trascendental pasó después, ni siquiera en los ochenta. Salvo algunas experiencias de Heavy metal y algún rock medio romántico sin mayor novedad.
Mientras en la Argentina el movimiento rock ya está en su tercera década de prolífica y creativa producción musical y cultural. En el Brasil y México recién aparecen movimientos culturales rockeros fuertes, originales y especialmente con cara nacional.
A fines de los ochentas e inicios de los noventas se configura en Bolivia un panorama rockero que prácticamente se mantiene hasta el presente, cuyas líneas componentes son tres: rock subterráneo, el de boliches y el de la industria cultural, con evidentes conexiones entre sí.
La primera y más rica de las corrientes se da en el ámbito subterráneo en las principales ciudades del país. Se trata del rock de pandillas de jóvenes de clases medias que encuentran en esta música una forma de expresión de su cultura, identidad y posición política frente a la sociedad oficial. Este componente político y hasta militante no hubo en ningún momento en el rock nacional.
Para ellos, no solamente la música de moda (romántica, folklórica, cumbia, etc.) es considerada como estética “chojcha” y sistémica, sino también la industria cultural, con sus mecanismos de absorción de producciones nuevas, es objeto de rechazo radical. Componen temas con letras en castellano e idiomas nativos, celebran su identidad en espacios poco visibles para los sistemas masivos(chicherías y garajes). Graban rústicamente en sistemas caseros, producen fanzines ricos en información, estética y postura política y no les interesa entrar en circuitos oficiales musicales. Sus conexiones e intercambio con movimientos similares en el exterior son altamente eficientes. Mantienen la irreverencia con la que nació el rock los años sesenta en el mundo.
La segunda vertiente del rock es la que se desarrolla en ámbitos más abiertos, con grupos y músicos que desarrollan su cultura en pubs y locales públicos de las ciudades. Su producción va desde composiciones propias hasta “covers”  de grupos extranjeros en castellano e inglés. La interacción de sus públicos es la gran función social de este espacio.
El tercer campo es el de los grupos grandes de rock que están inmersos en el mercado a través del sistemas de industria cultural. Se trata de iniciativas que tienen una producción propia con estructuras y elementos estéticos que son asimilados fácilmente por los públicos juveniles y apropiados para infinitas posibilidades de interacción, desde las fiestas en discotecas hasta intercambios y formas más privadas de disfrute. Su esquema de producción y difusión utiliza la industria fonográfica, los medios masivos (radio FM y TV) y las presentaciones en vivo en permanentes giras.
En las tres vertientes del rock nacional se puede encontrar el elemento que ha sido y sigue siendo la marca distintiva del rock , no sólo como forma musical sino especialmente como movimiento cultural en este casi medio siglo de existencia: la irreverencia de sus músicos y fans. Tal vez de manera más marcada y visible en la línea “underground” que en las otras dos. Y en la tercera, las formas más vinculadas al mercado que, sin desvalorizarlas como opción, suelen privilegiar tratamientos más convencionales y predecibles que en las propuestas que todavía tienen  más libertad y en contraposición menos o ninguna plata.

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