La veloz explosión de las identidades
La creencia de que existe una
sola identidad cultural, aferrada al territorio y debe ser protegida de
influencias externas, todavía se mantiene en la mente de muchas personas. Hemos
crecido con la idea de que es parte de nuestra ética, como ciudadanos nacidos
en un país o región, ser firmes militantes y defensores de UNA identidad
boliviana. Se nos ha educado para ser coherentes con la cultura nacional que
sería la matriz esencial de la identidad con la que nacimos y debemos morir.
Sin embargo, los tiempos y la realidad de la vida cambiaron, dejando atrás esas
folk-teorías que no tienen sustento en los actuales procesos de construcción de
identidades que se reconfiguran todos los días. Así lo entienden y demuestran
los jóvenes del campo y las ciudades.
![]() |
Joven en Totora (foto propia) |
Las identidades ahora se
construyen, a gran velocidad, en procesos de adaptación o integración entre
culturas distintas, en función de los intereses de personas que pueden
apropiarse de estilos globales o resaltar elementos de la tradición local. Todo
es posible en tiempos del estallido identitario que vivimos desde fines del
siglo pasado. Aunque se trata de una idea anacrónica, se sigue pensando que el
vestir a la usanza andina, consumir comida de la “Ñaupa Manq’a” o escuchar
música con quenas y zampoñas es un sello de identidad por excelencia.
Los hechos demuestran que no es
tan así. Miles de mujeres adultas y jóvenes cambian la pollera por el vestido o
el jean para ocupar las ciudades del país o de Europa. Lo que buscan es
pertenecer y ser incluidas en contextos altamente racistas y discriminadores.
En Bolivia, las distintas formas de discriminación están instaladas
colonialmente en los discos duros personas e instituciones. Aunque en el Estado
Plurinacional han mejorado las condiciones de tolerancia y convivencia, el
racismo persiste inevitablemente. Las distintas formas de exclusión contra la
mujer van desde la desvalorización de su trabajo hasta la violencia feminicida que
no soporta ningún atisbo de empoderamiento igualitario. Peor si lo que se busca
es equidad tanto en el ámbito púbico, como en el privado.
Estudiar una carrera
universitaria está en la mente de miles de jóvenes bachilleres del área rural
de Cochabamba. Según estudios académicos, todos los proyectos
profesionalizantes se frustran porque las provincias no tienen opciones. Necesidades
de supervivencia familiar (hijos), factores ambientales agudizados y conflictos
políticos constantes los obligan a migrar. Unos se enrolan en filas del
narcotráfico, otros se van a otras ciudades y muchos salen a trabajar al
exterior, en condiciones de semi esclavitud, sin ciudadanía y obviamente con
derechos suspendidos.
Además de no haber adquirido las
competencias suficientes para rendir académicamente en una universidad, los
costos colaterales demandan esfuerzos familiares, frecuentemente inexistentes. Pisar
coca rinde más plata que estudiar. Y es más rápido. La educación superior
sostiene formas de exclusión no explícitas para jóvenes quechuas de los valles.
En las universidades reciben tratos discriminatorios no solo institucionales,
sino también de los otros estudiantes y docentes que cargan ideas y conductas
racistas originadas en la colonia.
Las condiciones propicias para la
celebración y reproducción de identidades tradicionales se ven afectadas por
presiones excluyentes y al mismo tiempo por el deseo de pertenencia en espacios
culturales interesantes para ellos. Así, cholitas transitan hacia la figura de
señoritas citadinas blanqueadas en onda fashion.
Jóvenes dejan de hablar el quechua y consumen reguetón centroamericano como
telón de fondo para sus interacciones de cortejo. Otros se lanzan a las
múltiples variaciones de techno o indie latinoamericano, con las que se
identifican, porque hacen referencia a similares situaciones de exclusión
social, conectadas con el desamor y el desengaño.
Los símbolos de identidad
tradicional se convierten en “moneda” de trueque simbólico que sirve para
obtener beneficios en un contexto complejo y mercantilizado, donde sobrevive el
que puede. La identidad es utilizada como estrategia para conquistar pertenencia
y superar exclusión. Pero también es recuperada cuando el festejo en la
distancia o la celebración del retorno se convierten en necesidad de
interacción bendecida por los Santos y la Pachamama. Las identidades unívocas
explotaron y sus astillas se mueven veloz e imprevisiblemente en el mercado
globalizado.
Comentarios
Publicar un comentario