Globalización de las fiestas de muerte
La globalización es una realidad indiscutible que interpela
a las personas con una doble lógica de desarrollo. Tiende a homogeneizar los
comportamientos y bienes culturales. Pero también permite la explosión de la
diferencia. Culturas diferentes a las industrializadas pueden convivir dentro
de los sistemas de masa o fuera de ellos. La fiesta de Todos Santos es un
ejemplo de cómo los bolivianos hemos cambiado de mentalidad en los últimos 30
años. Nos apropiamos de la globalización en su doble sentido, con un fértil
diálogo entre culturas ancestrales y foráneas.
Cuando aparecieron las primeras manifestaciones juveniles de
Halloween, los adultos quisieron desbautizarse. La aceleración de lo global
impulsada por la digitalización de datos en la década de los años noventa
facilitó la entrada de esta fiesta nórdica sin mayor trámite. Los jóvenes comenzaron
a disfrazarse de figuras de terror, salidas de la mitología europea y de
Hollywood. Muchos sectores se sintieron ofendidos por semejante invasión
cultural y más aun por entusiasmo “acrítico” de los adolescentes ávidos de
estímulos nuevos para la diversión. Se organizaron debates públicos y mesas de
análisis en universidades y programas de televisión para conocer versiones
académicas sobre lo que se debía hacer para evitar semejante atropello. Había
una suerte de tendencia apocalíptica que condenaba la entrada de esta cultura y
también una tímida defensa de los procesos por parte de los propios jóvenes.
Al otro lado, emergió también una corriente muy fuerte de
revalorización de la cultura ancestral en favor de la fiesta de Todos Santos.
Curiosamente se descubrió que esa fiesta es, en realidad. la fusión de la
celebración europea de la “Fiesta de Todos los Santos”, con la “Fiesta de Difuntos”
de los quechuas y aimaras (centroamericanos también). Los andinos esperan a las
almas de sus seres queridos que llegan del más allá trayendo lluvia para los
cultivos. Es un excelente ejemplo de hibridación cultural en la que prevalece
la cosmovisión tradicional que integra ciclos agrícolas con festivos y
climáticos. Es una fiesta que siempre hubo sin la atención que comenzó a
recibir justamente por la aceleración de la globalización de las últimas
décadas del S. XX.
Paralelamente a ese debate, el entonces alcalde de
Cochabamba decidió prohibir el armado de mesas y cualquier manifestación
relacionada con la llegada de las almas dentro del cementerio. Su argumento era
la defensa del “Campo Santo” como un lugar de descanso y paz para los difuntos
cochabambinos. Nada más opuesto a la noción de fiesta de la cultura andina que
festeja con música, comida y bebida semejante acontecimiento familiar.
Resignados ante la imposición autoritaria y colonial del alcalde, las familias tuvieron
que migrar a los alrededores del cementerio sus festivas celebraciones en un
verdadero acto de resistencia cultural. Hoy, el mismo alcalde, al retorno de su
exilio político, decidió permitir el armado de mesas y la presencia de
mariachis, con los cuidados que, de todas maneras, se espera de un campo santo
colonial. Un avance importante en el reconocimiento y valorización de la
cultura boliviana.
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(foto propia) |
Por otro lado, los mast’akus de la noche del 01 de noviembre, las enormes mesas de comida y bebida ofrecida tanto a las almas como a los visitantes, se han visibilizado con el apoyo de los medios de comunicación y actividades como ferias gestionadas por los municipios. Ahora es motivo de orgullo participar de una celebración en la que el fondo cultural es el amor a los seres queridos que han partido y vuelven por unas horas a compartir con la familia y amigos, reviviendo momentos vividos en el pasado. Es un gran triunfo de la tradición, permitido también por los dispositivos de la globalización que absorbe lo que a la gente le produce satisfacción.
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