No hay rock sin irreverencia

Es muy difícil contar la historia veraz del rock latinoamericano en una serie de seis capítulos y peor si es en Netflix. Santaolalla hizo un buen negocio que ciertamente le generó suculentos ingresos. Lo que no esperaba es que los rockeros del continente lo hicieran “bolsa” con sus críticas bien fundadas. Ha cometido errores aunque logró mostrar un buen pantallazo de lo ocurrido especialmente en México y Argentina.
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Foto propia

El primer gran error de la producción fue encargar el documental a un rockero que aprovechó para contar “su” historia. Mejor lo habría hecho un crítico de cultura o un periodista. Cayó en la tentación de poner evidencia sus heridas personales con otros músicos. No era necesario. Pese a los años sigue muy dolido. Exageró su rol como productor de importantes músicos del continente. Pidió a León Gieco que baje el tono en su famosa canción porque la letra debía decir “Solo le pido a Santaolalla”. Eso dice uno de tantos memes. Otra falta fue ignorar de plano la importancia del rock de otros países como Brasil y Perú. Inclusive Bolivia. Pero el peor error fue no entrar a fondo en el análisis estético y cultural de importantes obras. Destacó a la Negra Tomasa pero no se asomó a la enorme contribución de Spinetta o García. Sin desmerecer a Aznar o Paez entre otros.

Lo acertado del documental es la secuencia de los primeros pasos en México y Argentina y su vínculo con los hechos históricos. No es que el rock haya sido un movimiento político con una clara tendencia de izquierda o contraria a la dominación e injusticia social. Para eso estuvo la canción de protesta latinoamericana. El espíritu fue la irreverencia contra un mundo adulto con valores en crisis. No olvidemos que la categoría “joven” emerge en los años 60 y tiene en el rock una de sus principales formas de representación de su identidad. La dicotomía izquierda/derecha del sistema político también fue uno de sus radicales rechazos. Paz y amor eran la clave.

Otro problema es no haber distinguido el rock como forma musical de la noción de movimiento cultural. Esta última es la más interesante y recomendable para hacer un buen análisis. Así no tendríamos que creer que el Cuarteto de Arjonas entre en esta bolsa o que Caifanes pueda ser rock. El ritmo agresivo enraizado en pulsaciones afroamericanas es fundamental en el rock. Pero también lo es el desencanto con el mundo eficientista y productivo de los adultos herederos de una modernidad cada vez más débil en sus postulados. No es suficiente la forma como lo es la actitud. En esa línea también quedarían fuera algunos baladistas nacionales que se jactan de ser rockeros.

La conexión de experiencias en torno al New Age que recibe insumos de Twist o Virus es pertinente. En los ochentera Clicks Modernos y las “nuevas olas” impulsaron el maduramiento del estilo Soda. Similar secuencia ocurre con los aportes de Maldita Vecindad y Café Tacuba para culminar con el sabroso mex-style de Molotov. Algo parecido ocurre con RPM y Legião Urbana para madurar con Paralamas do Sucesso y los geniales Titãs en Brasil. Solo que el genial Gustavo simplemente los ignoró. Cómo no referirse a los trascendentales encuentros culturales en el Rap de la Hormigas o Vampiro Bajo el Sol. Son hitos de las fructíferas conexiones en el rock latinoamericano. Todo ausente en la versión ególatra de Santaolalla.

El rock es reflejo de las culturas locales. Argentina es el país más rockero del continente pero además el más erudito. Fue el país más letrado en sus épocas de oro. No ocurre lo mismo en Brasil o México que contribuyen con el humor y la sátira populares. En Bolivia la revolución masiva y popular ocurrió en el neo-folklore.

Aquí hubo rock cover al inicio y nacional con los 50 de Marzo cuando emularon a Manal. Los grandes Wara hicieron revolución al fusionar en profundidad la música aimara con el rock. En la región andina son tan importantes como Los Jaivas. Solo en los años noventa tuvimos movimiento cultural en los espacios under del punk y hardcore. Paralelamente se gestaron los espacios de los boliches y algunos en las industrias culturales. Ahora hay muchas movidas ricas pero inconexas.

Los argentinos hicieron obras maravillosas que integraron música sofisticada con literatura de altísimo nivel intelectual e irreverencia. Libertad y fantasía marcan producciones completamente geniales. No analizar las contribuciones de Invisible o Serú es un pecado mortal del narciso antes mencionado. Rompan Todo hizo el intento pero no captó a cabalidad el espíritu de este espacio cultural tan importante en el continente.

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