El espejo se está rajando

Está terminando una de las décadas más marcadas por la incapacidad de comunicación y entendimiento. El año 2020 es el “broche de oro” de una creciente irracionalidad que ha sobrepasado los límites de la estupidez. Han pasado cosas inauditas en todos los campos del quehacer nacional. Especialmente en el mundo político. Las versiones de la historia demostrarán lo difícil que es construir la convivencia pacífica entre diferentes. Es el mito más desafiante de los últimos tiempos: la democracia.

La crisis sanitaria ha permitido la erupción de las contradicciones más grandes de una sociedad con impulso y potencia para vivir mejor y con dignidad. Se puso en evidencia que la salud y la educación son precarias. Los sistemas de información han proliferado en cantidad pero no en calidad. El Derecho a la Información ha sido vulnerado por la falsedad intencional y la debilidad en la producción confiable de “verdad”. Pero la peor patología expuesta ha sido la egolatría autoritaria del político. El tonto militante y el dogmático simpatizante han regado combustible para el bochorno y el desentendimiento con resultados traducidos en muerte. Basta recordar el irracional bloqueo de agosto o los más de 30 caídos de ambos lados el 2019.

Los bolivianos han preferido una supuesta estabilidad psicológica que la obsesiva egolatría corrupta y desorganizada. Ha primado el proyecto particular antes que los grandes valores del Estado de Derecho y la independencia de poderes. No importa la corrupción perversa ni el autoritarismo cuando está en riesgo el pan sobre la mesa. Se ha racionalizado con argumentos y emociones para emitir el voto. Se ha retirado a un Director torpe. Pero toca la misma orquesta. Eso obviamente es democracia.

Para algunos el sillazo en la cabeza del expresidente es un síntoma del fin de una era. No es novedad que los grandes proyectos nacionales acaben estallando en múltiples fracciones que reclaman para sí la autenticidad y la noble esencia de la revolución. Así ocurrió con el MNR. Otros lamentan que el proyecto de inclusión social más grande de los últimos tiempos comience a corroerse por dentro. Es señal de que el enemigo no está tanto en el imperio o la derecha egoísta. Los vicios de la decadencia interna parecen ser ahora los monstruos a enfrentar. La lucha INTER pasó a ser INTRA. El espejo de narciso se raja mientras el ciudadano observa sereno y vigilante. Viraliza memes y ríe de absurdo y triste sistema político.

Los votantes racionalizaron de una manera especial y bajo tormenta para dejar tocar a la misma orquesta. Fue una decisión que extrapoló las expectativas y estuvo ausente en toda campaña. Tampoco apareció en los medios ni en las redes sociales. Se gestó en un complejo enmarañado de factores objetivos y subjetivos cuyas lógicas superaron los discursos y algoritmos. La inteligencia colectiva se activó de manera imprevista y basada en valores no corroídos por la decadencia del sistema político. El pueblo busca la verdad cuando reina la mentira. Todo entorno corrupto impulsa al deseo de corrección. Ante el riesgo de muerte siempre se opone el deseo de vida. Si está de moda la post-verdad también está la post-mentira.

Choquehuanca dice que el cóndor necesita las dos alas para volar. El discurso de MAS está lleno de buenas intenciones de convivencia complementaria. Pero sus cúpulas practicaron la exclusión y anulación sistemática del opuesto. Se impuso el viejo y simplón maniqueísmo de Hollywood. Mentes tóxicas se embriagaron con el poder en nombre de los pobres. Tergiversaron el proyecto de los movimientos sociales.

Lo vivido este final de década ha servido para agudizar las capacidades críticas de los ciudadanos. Ha generado estrategias para llenar los vacíos que las instituciones han delegado irresponsablemente a las personas. Las transformaciones en los campos del conocimiento y la información se han acelerado. Se está reinventando el ciudadano que ubica las debilidades y posibilidades del mito democrático. Sobrevive la racionalidad que incluye entendimiento y convivencia entre diferentes. Un deseo que impulsa la construcción de una historia con participación y equidad. El re-encuentro es lo que más necesita Bolivia.  Así la historia se reflejará en la mirada concreta del diferente y no en frágiles y efímeros espejos.

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