Tergiversar es agresión
La guerra digital es parecida a una vulgar pelea callejera
de pareja. Los ataques de un lado afectan al otro y a veces rebotan provocando
hematomas. No es posible encontrar una pizca de lógica en sus torpes jugadas.
Lo importante es afectar y defenderse con la rapidez y contundencia necesarias
para el logro de la victoria.
Una relación de pareja con armonía y paz genera comunicación
con entendimiento. Un estado parecido a la felicidad que produce pensar en el
metafórico refrán de “comer perdices”. Todo es “Paradise” y nada perturba la
dicha del romance con sintonía. Pero todo llega a su fin cuando surgen los
infaltables fantasmas de la desconfianza. Una mentira puede ser suficiente para
que el otro lado (la oposición) interprete los mensajes al revés. La buena
relación es clave. En su ausencia todo es tergiversación. Más aun cuando las
proyecciones a futuro ya no son las mismas que los de la luna de miel. Así está
la relación entre el oficialismo y el no-oficialismo en este intranquilo país.
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(foto propia) |
Las emociones alteradas generan alteración de la realidad
también conocida como tergiversación. La racionalidad se ofusca y suele ser
relegada con el poder de los sentimientos que deforman la realidad
intencionalmente. En tiempos de guerra todo vale. Unos tienen certeza absoluta
de ser totalmente buenos y consideran a los otros completamente perversos.
Reduccionismo y simplificación es componente inevitable de cualquier batalla.
El gobierno afirma que el no-oficialismo es la oposición.
Eso incluye a la derecha pro-imperialista y ciudadanos comunes sin militancia.
A todos los clasifica de racistas neoliberales o enemigos del proceso de
cambio. Los militantes partidarios tienen intereses y evidente proyección
política. Los otros necesariamente no.
Al otro lado hay quienes creen que el gobierno del MAS no
hizo nada bueno en el país. También hay quienes reconocen importantes
transformaciones económicas y sociales pero no aceptan la repostulación. Están
todos mezclados articulando sus propias versiones. El presidente hace algo y
saltan memes generando subjetiva interpretación. Es el clima de la pésima
relación. Todo lo que el otro dice o hace está mal o es objeto de
cuestionamiento. Las mentiras de la relación cobran factura impidiendo la
posibilidad de acuerdo y aumentando viejos y nuevos rencores.
Inauguraciones interruptas y explicaciones ministeriales
truchas hacen parte del enfrentamiento. Palacios gigantes son rechazados tanto
como la poca atención a los atletas nacionales. Cachinas son abominables como
lo son los ataques forzados a potenciales candidatos. Desigualdad en la lucha
contra la corrupción aumenta el malestar así como los millones de neuronas con
todo y sinapsis preparadas para la acción.
La batalla digital está que arde. Hay memes disparados por
todo lado. Unos son creativos y espontáneos para la construcción de verdades
con intuición y buen sentido del humor. Otros son torpes y suelen generar
aversión a sus objetivos políticos. Se nota a leguas cuáles son hechos con
sensatez y cuáles hacen parte de escuadrones financiados para contrarrestar o
atacar. Las redes sociales son el escenario. A veces son las calles donde suele
haber sangre. Miedo y esperanza son dos caras de la misma moneda. Lo sabemos.
No se sabe el final de la contienda que con el tiempo debe
acelerar y aumentar en intensidad. Ambos lados tienen poderes distintos. Los
errores y debilidades de unos pueden convertirse en ganancia para los otros. Ya
no es posible la reconciliación. Recuperar la racionalidad es la apuesta para
evitar la violencia que está rebalsando de la abstracción digital a lo físico
corporal. Hubo muertes en Oruro sin explicación. Murió un universitario y
nuevamente se tergiversó. Es importante no desconfiar en la capacidad de
concertación que la democracia por la que apostamos hace décadas vuelva a
generar buena comunicación.
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