Sunchu-luminaria

(foto propia)

El arte puede servir para ir contra el sistema oficial o también para fortalecerlo. Los artistas expresan lo que sus conciencias y emociones los motivan a realizar representaciones de la realidad. Es una opción de quien considera que debe decir algo para que sus públicos piensen o reflexionen. Hay obras de arte que alteraron el orden social. Otras hacen estruendo como fuegos de artificio y cuando llegan a su máxima altura se apagan y todo vuelve a su lugar. Aquí las conocemos como sunchu-luminarias.
La pintura de Rilda Paco es una provocación poderosa al orden mitificado del Carnaval de Oruro. No es un ataque a la virgen. Presenta un desorden simbólico provocado por un malestar de alguien que siendo mujer ve la fiesta como un evento violento. El patriarcalismo trenzado colonialmente con la comercialización que no se conmueve con las muertes de los atentados y las inundaciones. Un desprecio radical de la vida por compromisos económicos y políticos patrimoniales. Una falta brutal de humanismo.
Las lecturas del cuadro son múltiples pero se polarizan entre ofendidos y apologistas de la crítica. La interpretación del arte es un ejercicio libre en el que intervienen aspectos que cada persona activa más allá de las intenciones del propio autor. Hasta se puede proyectar interpretaciones que ni se asomaron por la mente de la pintora. Hay muchas cosas que se puede decir o especular sobre esta obra. Interesante hubiese sido que promueva la discusión o el debate sobre esos temas profundos de la vida contemporánea de un país donde crecen aceleradamente los feminicidios y las instituciones no tienen capacidad ni de entenderlos y menos de prevenirlos.
La obra es una expresión política y simbólica que emerge desde una perspectiva de género. La artista propone violentamente repensar el orden establecido. Pero la intolerancia maniquea de los bolivianos diluye la oportunidad desviando la atención hacia simplismos irreconciliables. Ni se discute sobre las contradicciones sociales y menos se avanza hacia sus soluciones. El enfrentamiento verbal y simbólico toma cuenta de las redes con ataques cruzados marcados por la intolerancia: censura o apología acrítica de la Libertad de Expresión. Se olvida que es un derecho que tiene límites. 
No hay diálogo. Parece que la única forma de interacción posible es la violencia verbal contra quien piensa diferente. Hace falta algo de empatía para tratar los problemas de la sociedad. Es necesario hacer un esfuerzo por imaginar por qué el otro piensa diferente. Más fácil es el insulto vulgar y la descalificación soberbia de la diferencia. Ambas actitudes bloquean cualquier posibilidad de entendimiento. 
Luego de tanta amenaza y bochorno cruzado el rio vuelve a su cauce. El poder se ha beneficiado con el emocionante espectáculo. Los medios sensacionalistas han sobredimensionado las reacciones como siempre. La Policía Nacional no tiene indicios sobre los responsables de los atentados. Seguirá autorizándose la construcción de casas en lugares de riesgo. El patriarcalismo no será afectado en un milímetro. El carnaval seguirá atrayendo a miles de turistas hacia el patrimonio intangible de la humanidad. Varias mujeres no imaginan que morirán los próximos meses hasta completar o superar las estadísticas anuales nacionales. El oficialismo seguirá trapeando al no-oficialismo. Ojo. No es lo mismo que oposición. Todo seguirá igual.
La pintora será mucho tiempo odiada por ofendidos y amada por supuestos críticos del sistema. El hecho pasará a ser una anécdota más en la historia de la intolerancia nacional. Sin resultados ni avances hacia una sociedad más humanizada y tolerante. Una sunchu- luminaria.

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