Crisis y confusión

Hay una interesante pirámide inventada por un tal Kelsen para explicar la jerarquía que ordena las normas de un Estado. La Constitución Política es la máxima norma debajo de la cual deben ser formulados los códigos y demás leyes. El Código Penal se encarga de poner los límites entre las libertades y las obligaciones. Es una norma fundamental cuyo cumplimiento es obligatorio para todos. El contenido del nuevo código no fue informado a la población y menos consensuado.  Ni la desinformación deliberada de los ciudadanos está permitiendo su imposición. Hay algo que huele mal en medio de tanta confusión.
Los médicos comenzaron a cuestionar apenas dos artículos que afectan su ejercicio profesional. Ahora otros sectores cuestionan otros e inclusive todo el documento. El presidente dice que son intereses políticos los que se oponen a su proyecto. Los artículos del Código del Sistema Penal también tendrán consecuencias políticas si se los aprueba. Hay incoherencias y contradicciones con la CPEP. Hay desinformación generalizada pero se notan importantes esfuerzos por salir de esta pintoresca confusión.
Unos medios explican didácticamente los cuestionamientos y la defensa del Código. Otros priorizan los detalles del cuestionado paso del Dakar en este país que se alegra fácilmente con espectáculos globalizados. Pero hay más pasiones que definen la construcción de la opinión pública. Se ha conectado la bronca generada por la jugada de la repostulación con el contenido de esta normativa penal. Las redes son el espacio privilegiado para la circulación libre de verdades y falsedades en torno a estos temas. Sus repercusiones políticas han sido ignoradas por el poder político bajo el supuesto de ser el reino de la post-verdad. 28-N y 3-D demostraron que el activismo digital es insuficiente para hacer frente a la arbitrariedad oficial.
No es verdad que en las redes solo hay falsedad. También es el escenario de “multitudes inteligentes”. Esta semana han circulado rumores sobre un posible Estado de Sitio y actos represivos propios de momentos caóticos que los políticos trasnochados aprovechan para aumentar el desorden. Inmediatamente se difundieron mensajes correctivos y auto-educativos de los ciudadanos advirtiendo de los peligros de rebotar cualquier cosa que llega por la redes. Se orienta para reconocer la veracidad así como la utilidad del contenido para que los usuarios sepan distinguir información actual y desinformación. Es una suerte de auto-regulación de redes. Algo tan deseado e idealizado para los medios masivos y sus periodistas que se dan modos para trabajar bajo presiones poco visibles.
Hay confusión para los ciudadanos que juegan cartas de manera fragmentada y sin orientación. Los líderes de la oposición política están más desorientados aun. Apelan a inflar viejos temores anticomunistas con base en la incondicional alianza de los pocos fans de Chávez.  Aumenta el temor por un posible giro hacia el triste autoritarismo venezolano. La radical mitificación del proceso de cambio impide ver sus propios logros. Quienes apostaron por Evo como respuesta inclusiva al decadente sistema partidario neoliberal son empujados a la canasta de los capitalistas pro-imperio. Es un maniqueísmo demasiado simple. La crítica y el debate son descali
ficados como anti-históricos. Se ha instalado un no-lugar para quienes piensan diferente donde el significado de democracia está siendo alterado.

Sabemos que la Ley es para ser respetada. Se espera que las normas sean consensuadas para garantizar el ejercicio de ciudadanía. Para ello se necesita información oportuna y transparente. La confusión se ha instalado porque la Ley más importante de la pirámide además de no haber sido acatada ha sido ignorada pese a que la población dijo NO.  La justificación es que se basó en mentiras y no en la verdad. Como si la verdad fuese única y estuviera siempre junto al poder. ¿Para qué formular normas si no se las cumple?. Estamos viviendo una confunda crisis de significado de la democracia que está impidiendo la comunicación y el entendimiento.

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