“P’ajpakus” digitales
Aristóteles decía que la retórica
era un arte solo si se refería a la verdad. Lo contrario era ejercicio de los
sofistas. Una especie de sujetos hábiles para seducir con la palabra a incautos
ciudadanos carentes de información. Eran los “p’ajpakus” de la antigüedad. Hoy
esos parlanchines se multiplicaron vertiginosamente. Abundan en la calles y en
la redes. Son un factor de riesgo para democracia y la construcción de una
sociedad más tolerante en tiempos de lucha frenética por el poder. La única
forma de contrarrestarlos es con información veraz y reflexión crítica.
La globalización ha acelerado la
explosión del deseo. Más gente quiere tener y acumular más. La información que
circula en los medios y redes incita a consumir y viajar. Es un reflejo
sobresaturado de lo que piensan y quieren los ciudadanos globales. La imaginación individual y colectiva están
conectados con la idea de progreso y poder. Ascender socialmente es el deseo de
hombres y mujeres de todos los cantos del globo. Algunos lo hacen formalmente y
trabajando. Otros se van por caminos de la ilegalidad y la corrupción. Lo
importante es subir y ganar también para ostentar.
Las dinámicas de movilidad social
generan conflictos entre pequeños y grandes grupos. La riqueza que se produce a
nivel local o regional no es suficiente para satisfacer esas ambiciones
particulares. La política es uno de los caminos para acceder a privilegios.
Autoridades con sueldos bajos aparecen con propiedades inalcanzables con esos
ingresos. No es necesario tener méritos para asumir cargos de poder. Es
suficiente manejar el discurso de la institución como una buena indumentaria
verbal y simbólica para beneficiarse materialmente.
Las comunicaciones en ese contexto
hacen parte de los juegos de poder. Los medios de comunicación tienen de todo.
Producen información veraz así como difunden ficción. Promocionan bienes y
servicios tanto como recrean y proporcionan información de utilidad doméstica y
social. Los poderes políticos apetecen sus potencialidades persuasivas porque
les sirven para conservar o ampliar sus privilegios. Muchos medios están
controlados directa o indirectamente por el sistema político. Ocurre eso en
Bolivia y en otros países del mundo.
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(foto propia) |
Las redes no son instituciones
que responden a objetivos o proyectos sociales. Son conglomerados de personas
que se suscriben a alguna aplicación para interactuar libremente. Muchos lo
hacen sin responsabilidad. La facilidad para producir mensajes hace que
sea factible insultar o mentir sin
problema ni remordimiento. Hay quienes hacen bochorno en las redes pero se
muestran correctos en contextos donde hay interacción real con personas. La cobardía también es propia de los
sofistas. En realidad son intereses. Las redes no gozan de prestigio y
credibilidad que podrían tener como medios de comunicación por estos excesos.
Aunque sabemos que también hay contenidos muy rescatables en sus flujos.
En este contexto de profusión de
datos veraces o falaces hace falta información y criticidad. Sociedades
desinformadas como la nuestra requieren más medios y mensajes que sirvan para
contrastar y filtrar las llamadas post-verdades. Periodistas y personas comunes
tienen el desafío de generar información de calidad. El ejercicio de la Libertad
de Expresión sirve para conocer las tendencias de opinión pública que se van
formando. Los periodistas son profesionales que están en contacto con el mundo
público y tienen acceso a información que puede no coincidir con las líneas
editoriales de sus medios. Pero tienen
la alternativa de generar sus propios canales en formatos opinativos o columnas
publicables en blogs o páginas web creadas para contribuir a la formación de
una opinión menos contaminada por los indeseables “p’ajpakus” digitales.
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