Detrás del vidrio catedral
La modernidad es un paradigma
lleno de ideales que se convierten en objetivos hacia los cuales dirigimos todos
los esfuerzos. La democracia es un horizonte al que las civilizaciones
contemporáneas desean fervientemente alcanzar. Con obstáculos y limitaciones
unos países logran aproximaciones importantes que los demás también desean
imitar. No es fácil. Más aún en países pobres materialmente y débiles en
valores. Aquí los ideales modernos pasan a ser casi idealismos.
En el mundo de lo público están
las transacciones económicas operadas por actores que manejan el Estado y sus
instituciones. Para que exista democracia tiene que haber participación de los
ciudadanos. Éstos no pueden hacerlo si no tienen bien formada su opinión. La
opinión pública se alimenta de la información verdadera y oportuna. Una institución
destinada a que la población sepa lo que ocurre en el ámbito económico es el
periodismo. Otra posibilidad es a través de los sistemas de transparencia que
las instituciones debieran tener para mantener a la comunidad informada. Hay
normativa vigente al respecto. El Estado no muestra toda la realidad de su
gestión ni el periodismo puede cumplir su rol a cabalidad. Resultado: la
realidad es vista detrás de un vidrio catedral.
El campo político también se
encuentra en el mundo público. “Sería ideal” conocer los acuerdos y pactos que
hacen los políticos para garantizar la participación y la alternabilidad del
poder que son reglas de la democracia. Pero no es así. Los juegos políticos
están llenos de conspiración y traiciones. La verdad de los políticos rara vez
coincide con lo que podría entenderse como “realidad”. Casi siempre es mentira.
“Ideal sería” poder constatar que
los poderes del Estado se gestionan de manera independiente. Los políticos
dicen que sí. Los resultados de la justicia dicen que no. Los grupos de poder
intervienen y alteran a su antojo los roles y funciones de las instituciones y
sus actores. Dejan de lado los valores que definen la propia esencia
institucional. Del lado de la sociedad civil no sabemos lo que ocurre.
Sospechamos. Digamos que nos damos cuenta. Nuestros lentes son de vidrio
catedral.
Tampoco podemos esperar
ilusamente que los tecnócratas digan toda la verdad. Imposible. Muchos
contratos se hacen “entre gallos y media noche”. Aparecen empresas fantasmas
con jugosas ganancias. Autoridades comienzan a hincharse con jugosos diezmos
que disminuyen la calidad material de las obras. La corrupción es un vicio
contemporáneo del que no se escapan ni los europeos que inventaron la
modernidad y menos los latinoamericanos que nos la copiamos con entusiasmo. En
Bolivia ni qué hablar.
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(foto propia) |
Los susodichos tendrían que estar locos para contarnos las
barbaridades que hacen a espaldas de la sociedad. La corrupción no es para
contar. Obviamente es para ocultar. Sirve para perpetuar el poder. Beneficia
grupos y familias de cualquier color y bandera. Los malos manejos y la
ineficiencia en las instituciones públicas son adornadas con discursos
filantrópicos cuyo objetivo es nublar más la realidad. Así es prácticamente
imposible acceder a toda la verdad.
Con todos sus defectos la democracia es mejor que lo
anterior. La opinión pública en nuestros países se construye a media luz. “Ideal
sería” que todos los pobladores sepan con precisión cómo se gastan los dineros
públicos. Que las licitaciones sean transparentes y en beneficio de la
comunidad. Pero falta mucho. La honestidad no es una virtud de derecha o
izquierda. Es un valor escaso que todos debemos tener como un gran ideal.
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