Simplismo intelectual

(foto propia)
“Televisión basura” es un concepto que se ha puesto de moda en la boca de algunos sectores que lo usan para ejercer el poder sobre los demás. Les sirve para descalificar la programación televisiva vinculada con el melodrama y el sensacionalismo. Para cuestionar la irracionalidad y aparente “superficialidad” de contenidos reñidos con la llamada alta cultura de las élites. Niega valor a lo que no está concebido con los patrones estéticos y éticos de intelectuales de pretendida tradición ilustrada. Sirve para ejercer la triste distinción de alguien que se cree “culto” frente a quien considera que no lo es.
No es novedad que las élites busquen obsesivamente distinguirse de las masas. La modernidad nació con diferencias sociales económicas pero también con diferencias simbólicas. Los privilegios económicos de los pudientes permitían también acceder a la producción de artes “superiores”. Esas que requieren virtuosismo magistral y estilo depurado. Los demás tenían que contentarse con las nuevas formas mezcladas que las industrias culturales recreaban con el fin de ganar dinero. Los alemanes inventaron el siglo XIX el concepto del Kitch para designar el “mal gusto”. Lo vulgar y sin contenido de valor educativo.
Ahora ocurre lo mismo. Los sectores criollos auto-considerados cultos creen manejar códigos de élites europeas en las manifestaciones artísticas. Consumen con entusiasmo obras que no entienden para ostentar su actitud “posera” que los muestra finos y elevados. Piensan que Bach y Wagner hicieron música clásica. Ignorantes. Pero para sacarle el cuero al regueton o a Arjona son capísimos. Sus principales objetivos de ataque son las culturas populares y la llamada por ellos “televisión basura”.
El problema es cultural pero también político. Está arraigado en el discurso de la derecha retrógrada y también de la izquierda refinada. No es una simple discriminación simbólica de códigos diferentes que descalifica la ausente ética ilustrada. Es una forma de ejercicio de poder que funciona a través de la nominación del otro por no ser su espejo.  Es Colón bautizando todo lo que encuentra a su paso sin preguntar antes si tiene nombre. Es desprecio por los diferentes que en la estructura social no tienen sus mismos privilegios porque son más pobres.
La cultura boliviana es popular por sus raíces de tradición oral y es masiva por su consumo cultural globalizado. Millones de personas no pueden ir al teatro ni leer un libro de autores renombrados. No tienen plata para acceder y no han tenido capacitación para entender toda esa simbología que está por los aires. Sus opciones de producción y consumo estético son la fiesta y la televisión.
La telenovela y programas como “Yo me llamo” tienen millones de seguidores. Los espectáculos televisivos y Coelho son productos que lucran astutamente en espacios con condiciones económicas y sociales concretas. No es lo mismo productor que consumidor. El consumo cultural de la mayoría responde a sus ingresos y formación. Muchos pasan con esfuerzo del analfabetismo a la cultura del libro en esos espacios y unos cuantos pseudo-intelectuales los desprecian sin un mínimo de criticidad. Justamente quienes se jactan de defender a los desposeídos para quienes proponen letrados caminos de liberación.
Puro discurso etnocéntrico con rasgos de racismo engañoso. Vaciamiento de palabras como pluralismo y tolerancia que danzan al ritmo de esa moda simplista. Incapacidad de entender al otro en sus condiciones de vida cotidiana. Imposibilidad de comunicación con entendimiento para el encuentro e integración de culturas diferentes en tiempos de interculturalidad.

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