Sufrir bailando, un estilo boliviano

“La Virginia de los bolivianos” de Crispín Ríos es un gran documental. Está trabajado meticulosamente como un documento que revive la palabra y miradas de miles de compatriotas que salen del país en busca de mejores días. Pero también recupera la emotividad de infinitos sentimientos que marcan la vida en una cultura extraña que al tiempo de dar oportunidades también genera distintos tipos de sufrimientos. Es una obra de arte audiovisual con un tratamiento estético destacable y también una declaración de apoyo a los derechos de migrantes que viven en estado de vulnerabilidad, más aún en tiempos de renovada exclusión colonial. Lo que la hace también política. El recorrido que hace Juan Cristóbal abarca razones personales para la salda del país. Muestra el imaginario que mueve a miles de bolivianos a emprender aventuras que sabe serán duras, pero también gratificantes. Explora las dificultades de sobrevivencia, así como las astucias para conseguir trabajos que le generen lo que han ido a buscar: dinero. Indaga sobre la cultura gastronómica que resulta un poderoso constructo para la preservación y fortalecimiento de la identidad nacional. Resalta la entrañable y orgullosa reproducción de las danzas y la música folklórica de todas las regiones del país. Destaca la religiosidad popular arraigada en celebraciones que conectan el deseo de prosperidad material con la fe poderosa de las fiestas patronales y la celebración de las identidades bolivianas en regocijo. La calidad de la fotografía no deja de sorprender a lo largo del documental. Existen tomas metafóricas que intentan exitosamente captar la subjetividad de las identidades fantásticas en reconfiguración. El sonido está muy bien logrado, así como los fragmentos de musicalización que remiten a momentos de alta emotividad de los bolivianos fuera de su contexto original. Canciones interpretadas en código de la migración provocan sentimientos de renovación y refuerzo en una bolivianidad sentida con más fuerza viviendo lejos del terruño. El uso de la vestimenta y máscaras de las danzas nacionales en las calles, parques y trenes de Virginia, es una suerte de invasión de la Bolivia surrealista en territorio norteamericano. Su importancia no es sólo curiosa ante los sorprendidos ojos gringos, sino una demostración de que el sueño y la fantasía también son importantes en la vida imaginaria de los bolivianos. Un cuestionamiento a la racionalidad fría y productiva del sistema estadounidense. Escenas largas y creativas reiteran ese importante condimento fantástico propio de lo popular boliviano. La música también está explotada estéticamente en ese sentido. Todo en el momento y el lugar que corresponde. Es una película profundamente humana. Entra en los latidos de personas que relatan sus anécdotas con humor y de astucia en los actos de sobrevivencia. Lágrimas en la pantalla provocan otras en el público que vivió las mismas aventuras. Valoriza la importancia del deseo de “mejores días” para los hijos y la familia, frente a la dura separación no solamente de las familias, sino de los pueblos, mercados, cultivos y paisajes y sabores de la comida boliviana. Resalta el sentimiento de bolivianos que continúan venerando a la Pachamama, aunque sea lejos de Los Andes, porque la tierra es la misma. Es una obra que también tiene una dimensión política porque toma posición al lado de miles de migrantes que sufren discriminación y violencia en un país que, a tiempo de brindar oportunidades, marca las fronteras de la diferencia con actos de discriminación y exclusión pre-conceptuosa e ignorante, tal como lo ostenta vergonzosamente el actual presidente de USA, cuando dice que los migrantes son maleantes y malas personas. Reivindica la legitimidad del deseo de decidir libremente el destino de cada proyecto de vida y el modo de construcción de la identidad cultural. Más aun cuando la crisis integral de nuestro país va cerrando oportunidades cada vez más, especialmente a los jóvenes. Es un notable esfuerzo que intenta comprender una supuesta contradicción que probablemente es muy nacional. Vivir la vida experimentando momentos de sufrimiento en el corazón, pero con un cuerpo que baila la felicidad que otorga el derecho de ser feliz y de pertenecer.

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