"Mi carnaval es mejor que el tuyo"

¿Cómo comparar el Corso de Corsos con una obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad como es el Carnaval de Oruro?, dijo eufóricamente un periodista orureño criticando a otro que se atrevió a semejante afirmación loca y “sin contexto”. Otro conflicto cultural que se inventan los bolivianos para persistir en la eterna pugna y miramiento regional por tratar de mostrarse unos mejores que los otros. Ambas fiestas tienen raíz andina y europea y son excelentes momentos de interacción social. Celebran la identidad cultural de la misma forma como lo hacen los demás carnavales de Bolivia. Cada uno con sus temas y motivos de festejo, en un país rico justamente por su diversidad. Obviamente que se los puede comparar. El de Oruro gira en torno a la devoción a la Virgen del Socavón. Es una fiesta de maravillosa hibridación porque tiene un pie en la cosmovisión quechua-aimara y otro en el catolicismo español. Los andinos conciben el mundo ordenado en opuestos que se complementan. El bien no está separado del mal. Ambos son componentes constitutivos de la realidad natural y humana. La cultura occidental no admite la convivencia entre opuestos. Por ello existe el cielo donde se irán los buenos, y el infierno será para los malos. En el carnaval andino el diablo fue adaptado a la imagen del Tío de las minas y se lo ha contrapuesto con la imagen de la Virgen de la Candelaria, de origen español. Pero en el Carnaval de Oruro el diablo baila para la Virgen María. Algo incomprensible para la cosmovisión occidental que opone radicalmente las fuerzas perversas del pecado con la pureza de la bondad de la madre de Jesús. Las dos cosmovisiones se integraron y fueron evolucionando gracias a procesos históricos más excluyentes que amigables. Al inicio fue la extirpación de idolatrías para imponer una cultura sobre otra. Luego surgió un afán radical de preservación que busca la conservación museística de las culturas en vitrinas televisivas y digitales. Más recientemente se dio una trasformación de la fiesta (ritual) en espectáculo mediático. Un proceso de folklorización de lo popular entrelazado con la comercialización capitalista de la fiesta, apoyado por el Estado boliviano. Todo se vende en el carnaval, pero en paquetes que incluyen asiento y comida. Se fragmenta al público con gorra y bebida con la marca de la discriminación y exclusión social de la cerveza patrocinante.
A eso se suma el sello colonial de la Unesco que congela al carnaval como objeto de curiosidad para gringos que disfrutan de los “excesos” premodernos, en lo que Javier Romero llama “patrimonialización” del carnaval. Un sticker que confirma la nueva forma colonial de evitar que el propio orureño originario decida sobre su identidad y cultura. Ahora el carnaval tiene un nuevo compromiso: respetar el sello que la metrópoli marcó para preservar como patrimonio. Un gran logro del que es dudoso sentir orgullo. En Cochabamba el carnaval está marcado por un solo sello: la libertad. La primera ruptura con la tradición fue el traslado del Corso al sábado poscarnaval. Se invadió la Cuaresma del calendario católico que se inicia el Miércoles de Ceniza. “Carnaval de la Concordia” es el interesante y necesario título para una sociedad tan conflictiva como la nuestra, que encuentra en estas fiestas un excelente momento para la reconciliación. En el Corso de Corsos no hay compromiso con alguna virgen o santo, propios de las fiestas patronales en todo el país. Tampoco existe el compromiso con ninguna institución mundial que clasifica las culturas vivas y las diseca para deleite etnocéntrico de las élites globales. La clasificación arbitraria de las culturas populares evita la transformación y evolución natural de la fiesta. En Cochabamba bailan y disfrutan de la música y las danzas saltarinas de Santa Cruz, afrobolivianos de los Yungas, chapacos de Tarija, japoneses de Okinawa, devotos de Oruro, muchos cochalas y también gringos. Aquí todos se divierten en completo estado de libertad y sin compromisos. No se puede decir que una fiesta es mejor que la otra. La comparación sirve para identificar semejanzas y diferencias. Los cruceños tienen compromisos con la identidad camba y la belleza femenina. En Sucre las celebraciones tienen un toque más colonial. En Tarija la alegría está marcada por la abundancia del tiempo de la cosecha de frutas. En todos los carnavales las clases sociales se integran y comparten un mismo espacio para la alegría, la transgresión al orden de la vida cotidiana, el erotismo, la sensualidad, la crítica y la risa permanente y contagiosa de personas que necesitan desbordar su felicidad en pocos días de intensa comunicación.

Comentarios

  1. Un saludo, hay muchas ideas que se pueden destacar, sien embargo me quedo con dos de ellas. Una de las ideas es que los espacios como el "Corso de corsos" así como el "carnaval en Oruro" mantienen semejanzas, principalmente porque "Es una fiesta de maravillosa hibridación". La expresión "maravilloso" hace referencia a un asombro que nos deja boquiabiertos porque vemos justamente la integración de diferentes visiones o formas culturales. Y con los años va en contante cambio.
    La segunda idea es que se valora como el bien y el mal como parte "natural" de las temáticas de los bailes que se expresan en las fiestas a las que se hace referencia.

    Gracias por el aporte

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    1. Gracias por comentar Miguel. Son dos temas clave de la reflexión, de los cuales es necesario hablar mucho.

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  2. ¿Cómo el sticker de patrimonio de la UNESCO le quita libertad al Carnaval de Oruro?

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  3. La UNESCO tiene una visión estática y paternal de la cultura en general. Nuestras culturas son vivas, mezclan arte, religión, ciencia, educación, política , etc. por lo que la noción patrimonialista de las manifestaciones como nuestras fiestas, compromete a la gente a respetar ese estatismo y detener la vida natural y la dinámica de las culturas. Es como querer disecarlas, evitando la innovación y el cambio, en condiciones de libertad.

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