Lo real y lo virtual están unidos
Uno de los mitos más recurrentes en el análisis del mundo digital es que lo real está divorciado radicalmente de lo digital. Se afirma que la virtualidad es algo completamente ficticio porque no permite interacciones físicas entre personas. Que lo ocurrido en las redes sociales tiende a ser falso y es susceptible de manipulación por intereses invisibles. Algunas de estas afirmaciones son verdaderas, pero no todas. La virtualidad está estrechamente vinculada con la vida real de las personas.
La post verdad y las fake-news son palabras que expresan la preocupación y
uno de los temores más arraigados por sectores detractores del mundo digital.
Son sinónimos de la mentira que existe desde que el Homo sapiens inventó el
lenguaje oral. Gran parte de los temas de conversación en épocas primitivas
eran producto de la imaginación o hacían parte de la cultura de los chismes y
rumores. Siguen siendo. Casas: foto propia.
No es verdad que los humanos fuimos totalmente veraces en el pasado y ahora somos víctimas de perversos malhechores que inventan la
realidad para beneficiarse y perjudicarnos. Tampoco somos mentirosos radicales.
Si el judeo-cristianismo condena la mentira es porque la verdad siempre fue un
valor apreciado. Si los quechuas sitúan el “ama llulla” como un alto valor
civilizatorio es porque siempre hubo la mentira. La diferencia que ahora es más
veloz, es digital, es efímera y suele ser masiva, así como lo es la propia
verdad.
El sustento para suponer que las nuevas formas de crear mentiras son
inminentemente peligrosas radica en creer que las otras personas, no nosotros,
son vulnerables y sufren de fragilidad cognitiva. Por tanto, son fácilmente
manipulables. Quienes afirman esa egocéntrica distinción están convencidos de
que la criticidad es una facultad de la que gozan ellos y los demás, los
simples, carecen de ella. De ahí viene esa idea discriminadora y excluyente de
que los jóvenes usuarios de redes, los consumidores de medios masivos o los más
pobres, no tienen criterio para analizar los mensajes que consumen. Menos para
distinguir lo falso de lo verdadero.
Son justamente los jóvenes millennials y centennials los que más han
desarrollado capacidades críticas frente a los riesgos y amenazas existentes en
el mundo de redes digitales. Su actividad desafía las expectativas
tradicionales de comprensión de lo comunicacional. Las industrias culturales
desarrollan narrativas transmedia, incorporando sus demandas culturales en el
cine y otras ofertas culturales. Son los jóvenes que dinamizan los colectivos
de activistas en defensa del medio ambiente y los animales, entre otras muchas
reivindicaciones globales y locales.
En nuestro país producen contenidos para burlarse del mundo adulto y sus
mezquinos poderes. Son los que se rebelaron el 2019 ante el la impostura cínica
del prorroguismo y lo puso en una crisis que sigue en proceso de inflamación.
La realidad se desarrolla ahora junto y de manera complementaria con la
virtualidad. No es posible entender lo que ocurre hoy en el sistema político
separado del mundo de redes sociales. La relación entre ambos es intrínseca. Es
más, las redes sociales son el escenario de la disputa política por excelencia.
Más que los medios masivos porque éstos perdieron el protagonismo del que
gozaron en el pasado, por sus compromisos económicos y políticos.
Afirmar que son dimensiones separadas y contrarias es desconocer los
puentes y flujos que los usuarios crean para beneficiarse de sus
posibilidades. Es negar que la
comunicación real entre personas se ha potenciado superando los límites del
tiempo y del espacio. Ahora es posible trabajar, interactuar, intercambiar con
personas de lugares distantes. Ahora es más fácil conocer personas reales a
partir de las aplicaciones que promueven encuentros. Mientras más adultos
piensan que la comunicación “verdadera” fue perjudicada por las redes, más
jóvenes usan Tinder para conocer y disfrutar de encuentros que serían más
difíciles en contextos reales.
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