Mutaciones del Corso

El Carnaval es una celebración importante en el calendario católico. Es un momento de ruptura con el tiempo del orden y la disciplina cotidiana. Inaugura un clima de libertad y transgresión que democratiza las relaciones sociales. Diluye asperezas y celebra la identidad cultural. Así es el Corso de Corsos cochabambino. Se sabe que en el pasado republicano reproducía rasgos de los carnavales españoles mezclados con elementos de la “fiesta de la cosecha” del calendario andino. Por eso las fiestas de compadres y comadres ocurren en los mercados. Allá llegaban los mejores productos del área rural. El Corso de Corsos ocurría en medio de música y cantos satíricos que se burlaban de los personajes públicos del país. Grupos de copleros con guitarras desfilaban derrochando alegría y compartiendo la posibilidad de reír colectivamente. Hasta que comenzó una etapa en la que ocurrieron una serie de mutaciones. La creciente popularidad de los carnavales de Oruro y de Santa Cruz debilitó la fuerza del festejo local. Se percibía un desánimo marcado por una suerte de agonizante resignación ante la majestuosidad de las fiestas de las capitales vecinas. Preocupados comunicadores de Radio Centro propusieron trasladar el Corso al sábado siguiente para evitar su muerte. Fue una acertada decisión que revivió el carnaval pero invadió la cuaresma. Esa fue la primera mutación. El nuevo Corso de Corsos abandonó las coplas de humor criollo del que participaban actores y espectadores sin distinción. Fue bautizado como “Carnaval de Concordia” en un sentido integrador que invitaba a todos los fiesteros del país a cerrar con “broche de oro” la fiesta nacional. Diablos y morenos llegaban de Oruro. Chapacos y chaqueños traían sus zapateos y coreografía desde el sur del país. Comparsas cambas viajaban al “corazón de Bolivia” para deleitarnos con su belleza y alegría. Venían también los japoneses de Okinawa trayendo su serpiente humana. Danzas afro-yungueñas alegraban los valles con su poderosa percusión y canto. Bolivianos de diferentes lugares se integraban para celebrar el carnaval y la diversidad en un clima efectivamente integrador. Estaba ausente el sentido de veneración a la Virgen del Socavón y la picardía del pepino paceño. La apología de la belleza de las reinas cambas o el aire señorial de Chuquisaca no eran lo más importante. Esa fue la segunda mutación. El llamado “boom del folklore” boliviano estuvo marcado por la invención de una “nueva tradición” a través de ritmo de saya y el baile del caporal. La mayor parte de las danzas fueron de caporales hasta hace pocos años. El corso se transformó en un desfile de danzas folklóricas con el único fin de alegrar al público y representar la rica diversidad identitaria en las coreografías. La sátira y el realismo grotesco del pasado se trasladaron a los bailes alegóricos de los soldados de regimientos. Nos hacían y nos hacen reír. El éxito de la renovación del Corso comenzó a convocar a miles de fiesteros del interior y exterior del país. Los años 80 y 90 estuvieron marcados por la tercera mutación. El humor generado por los soldados y la folklorización de la fiesta se condimentaban con el juego con globos y altísimos momentos de interacción. No había rejas que dividan los actores de los espectadores y la fiesta estaba patrocinada por la mayor fábrica de cerveza de la ciudad. Comenzaron los llamados “excesos”.
La cuarta mutación tiene pocos años. Está marcada por el control y la prohibición de las transgresiones. Los actores fueron separados definitivamente de los espectadores. Se impuso el orden y la disciplina en una suerte de espectacularización de la fiesta. Este rasgo permitió a astutos emprendedores a mercantilizar el carnaval. Comenzó el negocio de venta de paquetes que incluyen alimentos y poleras para el festejo en graderías. Es una suerte de construcción de identidad estandarizada y controlada que renuncia a las libertades del pasado. La policía se esmera en perseguir a quien haya osado introducir una botella de bebida entre la ropa. El clima de libre expansión ha mutado a un estado que mezcla la alegría con el miedo al castigo. Ahora hay vigilancia con aires de autoritarismo. El corso no es el mismo. Son comunes escenas de policías arrastrando jóvenes trasgresores hacia algún lugar de castigo. Lo importante es mantener el orden. Las tribunas se apropian de esas escenas con curiosa alegría. Cantan a voz en cuello un estribillo ya conocido en momentos de tensión. “Evo Evo c…, Evo Evo c…..

Comentarios

  1. Un verdadero deleite en un viaje retrospectivo de la historia del carnaval que se vive en Bolivia hasta nuestros días.
    Gracias Marce!

    👏👏👏👏👏

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