Miedo es el objetivo

(foto propia)

Es una irresponsabilidad afirmar que la tasa de letalidad por el COVID-19 en Cochabamba es de casi ocho por ciento. Las autoridades de salud repiten ese dato como la novedad que asusta a todos. Ellos saben que no es un dato real porque el municipio carece de un sistema confiable de información y registro de contagios. Tendríamos que preguntarnos por qué semejante castigo a esta pobre llajta que tiene tan buena comida y tan buen clima. Somos iguales a los otros bolivianos. Tenemos pititas y masistas por montones. Somos informales y rebeldes con y sin causa como los paceños y los cambas. Lo único que nos distingue en este momento son nuestras PÉSIMAS autoridades. Son los/as peores del “mundo mundial”.
Esta semana hubo un día que se registraron alrededor de 500 contagios. Algunos laboratorios privados habían retenido la información y la entregaron de golpe. Hay diferentes tipos de pruebas que se realizan. Las más confiables son prácticamente inaccesibles para los mortales. Las rápidas son las que presentan más errores. Para hacerse una de estas fáciles hay que esperar días. Hay mucha gente que no se hace pruebas porque no tiene síntomas fuertes o porque no quiere esperar.  A eso se suma que los resultados pueden ser erróneos. No existen insumos porque no se tomó previsiones en los dos primeros meses de cuarentena que el municipio y la gobernación los asumieron vacacionalmente. Hay mucha gente contagiada que no está en los registros del SEDES. Ellos lo saben. La tasa de letalidad oficial es una falacia sensacionalista.
El Estado está fallando en muchas de sus funciones. Una de ellas es sostener un sistema de información confiable sobre temas de interés social. La página web del Ministerio de Salud es una de las más pobres de la región. No tiene datos actualizados y menos analizados. La población no está siendo informada correctamente. La incertidumbre es el sello que marca el abandono informativo al que se somete al ciudadano.
El periodismo también reproduce el dato con entusiasmo emocional. Los titulares afirman que en Cochabamba muere más gente que en otras ciudades y países. No hay preguntas indagatorias que intenten profundizar sobre esos datos en las conferencias de prensa. Gran parte de las noticias son reproducción amplificada de las declaraciones de las fuentes. No hay contrastación de fuentes ni la investigación periodística que debieran ser rutinas. No hay tiempo ni condiciones para esa práctica. Los equipos de prensa trabajan precariamente en términos laborales y logísticos. Los periodistas se están arriesgando para cumplir su misión en tiempos de pandemia. El sistema mediático también está fallando en su obligación de satisfacer el Derecho a la Información del ciudadano.
Es difícil separar razones de emociones en momentos de crisis. Los humanos pensamos y sentimos de manera oscilatoria. Pero es mejor la serenidad y el pensamiento para no cometer errores. En la televisión la balanza se inclinó a nivel global por lo sensorial hace décadas. La necesidad de alcanzar altos niveles en el rating obliga a explotar las emociones en sus contenidos. Sus ingresos dependen de ello. El periodismo televisivo no se libra de tal cometido. El mismo dato de la supuesta alta letalidad en Cochabamba es presentado en las pantallas con otros condimentos emocionantes. A más miedo mejores ingresos.
La noticia televisiva suele sobrepasar el límite del periodismo hacia la ficción y la publicidad. El tono de voz de los presentadores y reporteros es alarmista. La música disonante con ritmo acelerado del fondo genera ansiedad en el televidente. La ausencia de argumentación y profundidad en la reproducción de las declaraciones de las fuentes cede el paso a una radical ausencia de razonamiento. La noticia televisiva tiene otros objetivos más que simplemente informar. Busca asustar y generar pánico. Satura al público y lo empuja a un estado de vulnerabilidad informativa basada en la irracionalidad. Lo deja espantado y sin capacidad de reacción. Paraliza la acción política ciudadana. Luego una presentadora sonriente y con minifalda muestra las bondades de un nuevo shampoo para cabello seco. Periodista haciendo publicidad. ¿Qué pasó?. Se perdió la noción de la técnica y la ética informativa.
¡Pobre ciudadano!. El Estado no cumple su obligación. Algunos informativos olvidan que su función social es hacer que la población esté bien informada. No son todos. Hay medios y periodistas que no claudican ni en épocas como ésta. Todavía hay momentos brillantes en el periodismo. La crisis sanitaria tendrá que generar algo bueno. Es momento de pensar. Los derechos a la salud y la información son irrenunciables. Necesitamos volver a confiar en las instituciones.

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