Auto-informarse o ser cremado

El ahora ex Ministro de Salud Navajas afirmó hace más de un mes que el pico de contagios del CODIV-19 ocurriría entre junio y julio. Dijo que se espera llegar a cien mil contagiados con la consecuente muerte de miles de bolivianos. Hace unos días la Presidente Añez afirmó que eso ocurrirá recién en septiembre. Justo en la época de las elecciones presidenciales. Los periodistas reprodujeron éstas y todas las afirmaciones fiel y rápidamente. No preguntaron en qué se basan esas proyecciones. No indagaron en los métodos empleados ni profundizaron en aspectos que la población quisiera conocer y decidir sobre lo que puede ocurrir con sus vidas. Reprodujeron en variedad de tonos. Frío y pretendidamente objetivo. O tono sensacionalista que genera pánico pero atrae audiencia.
Parásitos (captura) 
Una vez más el ciudadano quedó abandonado a su triste condición de desinformado. Su Derecho a la Información se vulneró desde las instituciones que tienen la obligación mantenerlo al tanto de lo que está ocurriendo. Se mezcló la lucha contra la pandemia con la disputa política. El único perdedor en este vergonzoso bochorno es el ciudadano que además puede acabar contagiado y finalmente cremado.
El Derecho a la Salud no ha sido satisfecho desde mucho antes de la pandemia. Los sectores más pobres mueren por enfermedades absurdas y fácilmente tratables. Hay quienes viajan a otros países con medicina es más avanzada y eficiente. Los países vecinos también están enfrentando grandes problemas en la atención a pacientes y la contención de la enfermedad. Pero aquí estamos recontra hechizados por el mal.
El periodismo tampoco está bien. Los periodistas trabajan con el fantasma de la retracción o la amenaza de cierre de sus medios. También el riesgo que supone salir a la calle en tiempos de contagio acelerado. A eso se suma que la disputa por la llama “torta publicitaria” de las ciudades los empuja a la priorización de las emociones y no así de las argumentaciones. La noticia trabajada con rigor técnico y profundidad ha perdido espacio desde hace mucho tiempo. El dato útil ha sido desplazado por las lágrimas y el miedo de la violencia ciudadana. La farándula y la banalidad se han tragado al análisis serio demandado por públicos desinformados.  Algunos periodistas se esfuerzan por recuperar el rol de servicio social de la profesión contra la presión política y mercantil asumida por sus empresas. Los periódicos impresos tienen mejores iniciativas y condiciones para obtener productos de calidad. Pero la población boliviana no es tan letrada como se quisiera. Además el papel dejó de circular. El ciudadano acaba atrapado en la seductora pantalla chica que funciona voraz con su lógica sensorial.
Un estudio realizado en la Universidad Católica Boliviana revela que el público prefiere la televisión para informarse sobre la pandemia. Al mismo tiempo indica que la confiabilidad en este medio es baja pese a tener obligación de satisfacer la demanda informativa. Los ciudadanos también reciben y buscan información confiable en las redes sociales. Justamente el lugar donde nadie está obligado a decir la verdad. Los ciudadanos no confían en los contactos personales ni en los medios periodísticos. Las prácticas de verificación y contraste se están convirtiendo en hábito de personas que necesitan saber cómo proteger a sus familias. Ven televisión porque ésta es rápida y directa en sus coberturas. Pero se han dado cuenta de que sus noticias tienen otras intenciones más que las informativas.
Están desarrollando ejercicios de criticidad no planificados ni impartidos en estrategias de enseñanza. Aprendieron solos a informarse aprovechando su estado de hiperconexión. La experiencia de infoxicación de los conflictos del año pasado les ha enseñado a filtrar y separar lo creíble de la basura. Ahora la amenaza es mortal y se acerca peligrosa e invisiblemente a la familia. No pueden confiar en los políticos que siguen demostrado que la vida les importa poco o nada. Tampoco creen todo lo que dicen los medios periodísticos. Más aun cuando éstos demuestran que el rating es más valioso que la vida de un enfermo que muere en vivo y en directo.
El ciudadano está solo y abandonado por quienes debieran informarle con veracidad y profundidad. Le transfirieron otra vez la responsabilidad. Pero no es tonto. Su inteligencia le está ayudando buscar y encontrar los caminos hacia la información que efectivamente le puede ayudar. La comparte y viraliza por solidaridad. Auto-ciudado es la marca del tiempo en el que hay que saber auto-informarse. Porque un error puede ser mortal.

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