Se mezclaron las guerras

“Desde el Centro de Coordinación Estratégica estamos trabajando por la salud de todos los bolivianos con la ayuda de Dios y nuestro esfuerzo”. La presidente Añez se dirigió así poco después de que los contagios confirmados subieron a 32. Al fondo de la habitación estaban varias personas usando barbijos en amplios escritorios y con pantallas gigantes en un clima de hiper-concentración. Dicen que fue el dormitorio de Morales. Lo transformaron en el cerebro de la guerra contra lo invisible. El discurso fue impecable y sereno. El recuadro con la traducción a lenguaje de discapacitados le dio un toque trascendental. Para muchos fue un mensaje de alta responsabilidad y compromiso. Para otros un tremendo spot en la campaña para las próximas e inciertas elecciones.
(foto propia)
Hasta el mes pasado los bolivianos estuvimos enfrascados en nuestra guerrita política orientada a la elección programada para mayo. Con bastante decepción vimos cómo los políticos no tuvieron vergüenza en mostrar su perfil más mezquino de cara al futuro del país. Algunos nos hicieron creer que las luchas cívicas gestarían renovados líderes que conduzcan mejor los estribos de este frustrado país. Pero no fue así. Mismas mañas proclives a lo ilícito. Idénticos egoísmos con cínicas señales de pasión por la corrupción, etc.
La batalla del año pasado trajo viejos aprendizajes a la sociedad civil. No creer tan ciegamente en los políticos. Distinguir la diferencia entre lo que dicen con lo que hacen. Tener conciencia de que la lucha por el bien no puede andar de la mano con lo ilegal y lo corrupto. No caer en simples y dogmáticos dualismos reforzados en discursos repetitivos y pobres: golpe versus no-golpe.
También se constató que los medios de comunicación tienen intereses y compromisos. Las redes sociales sirven como proyectiles para destruir al enemigo. Pero también son poderosos articuladores de acción política ciudadana. Los fakes y la postverdad son parte de la guerra. Los ciudadanos aprendieron a protegerse de las amenazas de la violenta y caótica sociedad de la información. Se politizaron velozmente y crearon anticuerpos cognitivos para la autodefensa en tiempos de crisis.
Lo que no crearon fue anticuerpos para la informalidad y la irresponsabilidad que habita en miles de personas que ahora se enfrentan a otro tipo de enemigo. La enfermedad y la muerte. Se espera que los contagios se disparen por contacto local. Bolivia es uno de los países más pobres del hemisferio. Su sistema de salud es una lágrima. Si ocurre lo de Italia o España lloraremos a gritos. Se estima que Italia tiene una cama por 1800 habitantes. En Bolivia hay una para 76000. Pero muchos bolivianos actúan como si la mediocridad fuese una virtud. Algunos lo hacen por ignorancia pura. Otros porque sus condiciones de vida no les permiten quedarse en casa. Si la tienen.
 “Ya no se agarren de las manos…” dice el Puma en un meme. Un viceministro es demitido por consumir bebidas en una fiesta en plena cuarentena. Alteños apedrean policías que quieren hacer cumplir las medidas nacionales. Vecinos bloquean accesos a la Villa Olímpica donde bolivianos repatriados guardan cuarentana obligatoria. Infectados llegan al país y organizan fiestas con efusivos besos y abrazos. Familias hacen parrilladas en parques de Santa Cruz. Evo dice que no es necesario suspender elecciones porque no hay aglomeraciones. Valverde lo declara boludo nacional. Un desadaptado pide que le inyecten el virus para que sus defensas del chuño lo destruyan al instante. La diputada Quispe dice que todo es un invento de la derecha y los EEUU. Hay desacato por todo lado. “El que venga a jugar conmigo, lo voy a meter preso” dice el ministro con el poder que le otorga su autoridad. 
Se mezclaron las guerras. El enemigo ahora es invisible y no distingue ideologías. Ataca a través de personas en las gotas de saliva y en la actitud generada por la informalidad y desinformación. Por la pobreza de quienes no tienen agua ni jabón para cumplir las recomendaciones. Por las condiciones culturales y materiales de sobrevivencia que condicionan las miserias y astucias que habitan en nosotros mismos. 

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