Sticker de rebeldía

Roger Waters es considerado el creador principal de esta
ópera que narra los problemas existenciales de un joven que enfrenta una
escuela represiva y una madre sobre-protectora. El consumismo de fines de los 70
e inicios de los 80 es también un obstáculo para la felicidad de un personaje que se transforma metafóricamente en un dictador. Se integran ideas y crítica
a un mundo capitalista industrializado que arrasa con todo y oprime a los
ciudadanos para convertirlos en piezas de sus engranajes productivos.
En la década de los 70 el rock alcanzó su máximo nivel de
sofisticación al aproximarse de manera extraordinaria a las formas más sublimes
y complejas de la música erudita. Para muchos fue una traición a los ideales de
rebeldía del movimiento original de la década anterior. Lennon dijo que el
“sueño había terminado” en su canción God de 1970. La Industria Cultural sopapeó
a los rockeros creando la disco music
en una “Fiebre de sábado por la noche”. Fue su peor castigo. Una especie de reggaetón
supérfluo liderizado por John Travolta y los Bee Gees. El Punk fue una tabla de
salvación para el espíritu irreverente del género. Pero “El Muro” fue la mayor
reivindicación para quienes creían todavía que el rock era una forma de
expresión de protesta y crítica juvenil frente a una sociedad
adulto-céntrica decadente.
La caída del muro de Berlín (1989) fue el momento del gran
giro de la obra. El capitalismo financiero triunfó del sobre el vano intento
por construir un modelo alternativo de sociedad. El sentido de las obras
críticas al sistema también fue resignificado. Roger Waters asumió la promoción
y difusión de la obra recurriendo a las más sofisticadas tecnologías de
producción de espectáculos audiovisuales y musicales. La ópera se convirtió en
la representación multimedia más grande después de las inauguraciones de
olimpiadas y mundiales de fútbol.
Teatro y cine se juntaron con marionetas gigantes y efectos sonoros
de aviones reales volando sobre el público. Los espectadores pasaron a ser
protagonistas en coros cargados de energía en tono de rebelión. Mucha energía y
emoción para intentar siquiera verbalizar lo vivido. Su narrativa comenzó a
resaltar la crítica a los grandes poderes mundiales en símbolos como los de
Coca-Cola o ESSO. La Estrella de David y la Svástica. La Hoz y el Martillo junto
con la $ del capitalismo pasaron a convivir en un discurso altamente
reduccionista pero efectivo para las emociones de consumidores ávidos de una
identidad anti-sistémica. La gente no vive sin mitos.
Es un espectáculo envolvente y maravilloso en recursos
audiovisuales. Su presentación solo es posible en stadiums con enorme capacidad. Las entradas también son carísimas. Miles de jóvenes y adultos fanáticos de todos los países no tienen posibilidad de acceso al show. Hay
pudientes bolivianos que hasta viajan a países vecinos para darse el gustito de
participar de semejante ritual contemporáneo promovido por la industria
cultural.
Las interpretaciones del discurso son más emocionales que
racionales. Hay gente que llora en determinadas canciones. No es tan importante
lo que dice el discurso como los recuerdos que evoca la vivencia personal de
cada individuo. No hay preocupación sobre la decodificación lógica de los
mensajes. Es mejor vivir a fondo el emocionante momento como en una experiencia
sobre natural. En el público están juntos marxistas y anarquistas. Se codean
neoliberales y fachos del presente. No hay como saber si un feminicida canta
“Mother” sin emocionarse como lo hace un latino-americano edipiano. Todos
cantan juntos los himnos de una rebeldía vaciada de sentido. El capitalismo ha
transformado todo discurso de rebeldía en sticker ostentable para su falsa
vitrina pluralista. Su fase neoliberal es tan invulnerable que ninguna rebeldía
le afecta. La crítica se ha convertido en un producto fabricado industrialmente
en espectáculos fantásticos de los cuales la gente sale feliz creyendo haber
consagrado su criticidad. Waters ataca a Bolsonaro como defiende Assange. Se
solidariza con Evo como destruye a Trump. Apoya a Maduro. Ojo. Es parte de un
discurso inofensivo en cuanto a ideas pero poderoso generador de dinero. Marx
diría que es una ideología. Es la rebeldía convertida en sticker.
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