Artistas somos todos


¿Quién escribió ese anteproyecto de Ley del Artista que generó tanta polémica en el país? ¿Se habrá rencarnado algún inquisidor medieval? ¿Es algún sobreviviente de la dictadura stalina del siglo pasado? Habría que verle la cara para que reciba el total desprecio de todos los artistas. También de los ciudadanos que tienen la convicción de que el arte no puede tener reglas de ningún tipo. Las reglas son el miserable formol de todo acto creativo.
(La Cumbre: Santa Vera Cruz. foto propia)
Es buena la intención de fomentar e incentivar la producción estética del país. Los artistas están sueltos a la deriva sin un Estado que los apoye y expuestos a la salvaje dinámica del mercado. Se necesitan políticas que desarrollen estrategias participativas y efectivas en favor de todas las expresiones artísticas en contexto de libertad. Los artistas son quienes suelen detectar contradicciones en la convivencia humana. Son los que mejor denuncian los problemas de una sociedad y nos hacen pensar. No pueden crear con la paranoia de transgredir la norma.
Hay varias inconsistencias en esa propuesta. La primera tiene que ver con el registro de artistas que concibe al artista como un ser especial y “talentoso” que tiene carnet y pedigrí. Entonces la Ley dividirá la sociedad en artistas y no artistas. Generará otra segregación (clase) que incluye a unos y excluye a otros. Pobres los no registrados. Los ciudadanos que hacen arte sin escuela ni técnicas académicas. Esos no existen para esa grotesca y nueva estratificación plasmada en Ley.
La inconsistencia es curiosa porque viene del Ministerio de Culturas y Turismo de un Estado Plurinacional que se jacta de ser descolonizador. No se puede descolonizar con un concepto tan burgués en el que solamente esos artistas tienen las iluminadas capacidades de hacer arte. En Bolivia persisten infinitas manifestaciones estéticas producidas por personas comunes y simples que integran arte con ritualidad y ciencia. La cultura europea y su colonización tuvieron que crear la roñosa palabra “artesanía” para designar todo lo que no encaja en su mezquino término de arte. Todo acto creativo que embellece el entorno es arte. Todos tenemos esa capacidad.
Es un absurdo pretender “controlar la actividad artística en todo

espacio de promoción nacional e internacional”. Ningún tipo de control es admisible cuando la Libertad de Expresión es ejercida por los ciudadanos en contexto de democracia. A no ser que se esté avanzando a paso firme a un Estado autoritario que define lo que el artista debe producir. Que autoriza el tipo de ideas que se debe difundir.

¿Por qué el artista debe “respetar su cosmovisión, realidad e identidad cultural”? O sea que está prohibido adoptar cosmovisiones “ajenas” a la realidad nacional. Como si la realidad no fuese una híbrida ilusión. Miechi. ¿Cuál será esa cosmovisión? Tal vez es la andina o la amazónica. De pronto es la mestiza valluna. Quien sabe es la aimara del altiplano.
De la identidad mejor ni hablar. Está prohibido inventar mundos de fantasía con realidades e identidades imaginadas. Pobres artistas. Serán castigados por el poder retrógrado de quien manda y sabe cuál es esa realidad y esa identidad: el Órgano Rector.
Este “organillo” tendría la atribución de “…establecer un Régimen Sancionatorio mediante Reglamento”. Si se aprueba esta Ley se abren las puertas para reglamentar hogueras. Carta blanca para la represión. Eso es típico de dictaduras. Es inconcebible en un país que tiene vocación democrática.
No es posible reconocer la libertad del artista con la mano y borrarla con el codo. Menos mal que los artistas ya dijeron lo que tenían que decir. Una norma es buena si se la concibe con la participación de los directos involucrados. Todos los ciudadanos. Porque todos somos o podemos ser artistas.

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