Faltan ochenta
No es alentador el panorama para
el ejercicio de derechos de la mujer en Bolivia. Estamos en el cuarto mes del
año y los feminicidios ya son más de veinte. La media de estos últimos años
sobrepasó la centena. Demasiada muerte para una población tan pequeña como la
nuestra. Estamos entre los países con más feminicidios del mundo. Lo peor es
que deben morir ochenta más para completar el promedio anual.
Muchas cosas se han hecho para
disminuir esta terrible tragedia. Es una expresión más entre las muchas formas
de discriminación que sufre la mujer frente al machismo dominante. Es casi un
siglo desde el inicio de las primeras reivindicaciones feministas. Han pasado
muchas décadas para que la sociedad patriarcal reconozca que hombres y mujeres
tenemos los mismos derechos. Grandes movimientos y manifestaciones se han
desencadenado especialmente a partir de la década rebelde de los años sesenta.
El principal reclamo es que la
mujer está predestinada a criar hijos y cuidar la casa. Muchas cosas cambiaron
y los derechos de género han sido incorporados a la normativa nacional e
internacional. Hay mujeres que estudian y son profesionales destacadas en todos
los campos del mundo público. Las universidades están llenas de estudiantes que
decidieron dejar de corretear gallinas para cocinar el almuerzo de los varones.
En muchos países llegan a ocupar cargos importantes en la gestión pública. Pero
tienen empleadas domésticas en sus casas sin la suerte de sus patronas.
La cultura y los valores machistas
están jugando una carta de doble filo. Reconocen los derechos de la mujer en el
discurso y la excluyen en la práctica. Sus salarios son menores que los
masculinos y los empleadores las prefieren sin proyección maternal. Pero siguen
criando wawas y limpiando la casa. Su explotación ha aumentado y el día de la
mujer reciben flores por parte de sus opresores. Lo peor es que cien de ellos
las matan en escenas macabras cada semana.
Las muertes se dan en la
privacidad de contextos familiares. Muchos casos ocurren bajo el efecto del
alcohol. También con personas sobrias. Las causas casi siempre son de origen
pasional. Celos enfermizos de personas inseguras. A veces está en juego algún
tema económico. El poder patriarcal se apropia indebidamente de la vida de la
mujer. Dispone como si fuera un objeto de su propiedad. La mujer está más
insegura en su casa que en la calle.
Todos los campos del saber están intentando frenar este
desastre. Las ciencias sociales han agotado sus teorizaciones para dar cuenta
de las causas del feminicidio. Lo han hecho por separado y también
inter-disciplinariamente. Todavía es
insuficiente. Las leyes se han endurecido para castigar “ejemplarmente” estos delitos.
Procesos educativos intentan concientizar sobre la obviedad del respeto a la
vida. Creativas actividades se desarrollan para empoderar a la mujer y evitar
la violencia intrafamiliar. Nada disminuye la tendencia nacional del
feminicidio.
Desarticular las bases de una cosmovisión machista es el
desafío del Estado y sus instituciones. Es un compromiso de todos y todas. Cambiar
efectivamente el comportamiento y dejar de lado la retórica proselitista de la
defensa de género. Hipócritas políticos machistas discursean tiernamente porque
está de moda. Feministas no logran articular acciones porque no se entienden.
Hay buenas intenciones pero no soluciones efectivas para
tremendo problema. Falta saltar del mundo de estudios que comprenden el
problema hacia la fórmula de las acciones efectivas. No sabemos quiénes serán
las próximas víctimas del año 2019. Es inevitable que ochenta o más mujeres
mueran ante la reiterada e inerte sorpresa indignada de todo un país que sigue
sin respuestas.
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