La caperucita se comió al lobo
Alejandra Alarcón no pinta
paisajitos para adornar las salas con colores que combinan con el sofá o las
cortinas. Su obra es un desafío que interpela la humanidad en sus más íntimas y
perversas pulsiones. Los mensajes que construye inundan las mentes a través de
la vista para provocar y no para complacer. Combina imágenes sublimes y tiernas
con impactantes y sangrientas figuras que están en permanente antagonismo. En
terrible contraste. Alejandra es cochabambina.
La muestra de acuarelas y videos que se expone en el Centro
Patiño es una combinación de varias series producidas en años recientes.
También están disponibles en el portal web que lleva su nombre. Muestra figuras
femeninas con máscaras de lobos azules. Personajes de cuentos infantiles en
situaciones extremas. Esqueletos animados invadidos por granos colorados y
cristalinos de granada. Figuras flotantes que sangran y visten medias de donde
brotan líquidos rojos. Cuerpos con curitas. Esqueletos humanos abrazados
tiernamente a feroces canes salvajes de colores. Abejas enormes que escapan del
pecho sangrante de una niña. Pulpos verdes y colorados enteros y trozados. Un
conejo blanco teñido con sangre que chorrea de las entrepiernas del medio cuerpo
de una mujer joven inerte. Miles de imágenes salidas del mundo interior pero
conectadas con lo material de la vida humana. Su obra ha madurado notablemente
en forma y contenido desde sus inicios.
Pasó por la carrera de
comunicación pero no se detuvo. Concluyó sociología y licenciatura en arte.
Algún docente le enseñó que en las narrativas de la cultura masiva yacen
estructuras mitológicas de los cuentos de hadas. Sus cuadros narran esos
cuentitos pero de manera irreverentemente invertida. La caperucita se come al
lobo pacientemente y sin drama ni chillidos. Sus lecturas de autores actuales
como Slavoj Zizek le dan referentes para tener una visión política del mundo
global. Un tiempo confuso dominado por formas y deformaciones patriarcales y
feministas. Un contexto donde la violencia contra la mujer parece estar más en
la casa que en la calle. Un tiempo en el que para tener algo de felicidad se
tiene que renunciar a tesoros personales: inocencia y pureza de conejos blancos.
La obra es de este siglo. No tiene la marca de estilo y rigidez
de las escuelas estéticas del pasado. No se preocupa con el punto de fuga ni la
línea de horizonte. Expone con libertad lo que sale en el momento. Luego viene
la interpretación que se impregna de lecturas y conversaciones con los demás.
Es una obra abierta como debe ser todo arte. Invita a interpretar desde la
subjetividad personal del espectador. Hasta se convierte en catarsis cuando el
público comienza a relacionar su experiencia vivida con las fuertes imágenes de
las pinturas. Eso ocurrió en el conversatorio el jueves pasado en el Patiño.
Varias madres comenzaron a narrar lo difícil y extraño que les fue tener un
hijo. Fue un momento curioso e interesante. Los varones pensaron en las
sensaciones que sus madres habrían tenido cuando los tuvieron a ellos. La
interpretación se convirtió en un grato pero extraño momento de proyección.
Ganó una beca del Estado de México para producir libremente
por tres años tantas pinturas bellas. Los funcionarios culturales bolivianos
debieran copiar esas ideas en vez de derrochar el dinero en cultura orientada
al proselitismo barato. Tendríamos más Alejandras deleitándonos con sus
maravillas oníricas que provocan pensamientos y emociones.
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(Pintura de Alejandra Alarcón) |
Alejandra sabe que en todo acto interpretativo hay una carga
muy fuerte de proyección personal. En realidad todos los discursos son
polisémicos. Hasta el pretendidamente objetivo de la ciencia. Confiada en esa ineludible posibilidad
propone un gigantesco espectro de imágenes y figuras que tocan poderosamente
las sensibilidades. Algunos se permiten soltar sus fantasmas. Otros simplemente
los esconden. Para eso está esta gran obra.
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