Juventud, divino y peligroso tesoro

(foto propia)
Se ha declarado la guerra contra las pandillas en el país. Diferentes acciones se desarrollan en contra de la delincuencia generada por grupos de jóvenes que ocupan las ciudades sin aparente perspectiva de futuro. Se supone apresuradamente que todos los conglomerados juveniles se convierten en pandillas y se afirma que éstas acaban en la delincuencia. El riesgo es el afinamiento de una estrategia de exclusión generacional que la sociedad adulta ha inventado el siglo XX y ahora se convierte en agresión violenta.
Es necesario atacar todo tipo de delincuencia. Pero no todos los grupos juveniles son pandillas. Hay delincuencias más sofisticadas y peligrosas para la sociedad que son intocables y conviven con sectores oficiales del mundo adulto.
La modernidad ha creado el Estado de Derecho para el adulto blanco y productivo. Pero los jóvenes y las etnias no clasifican para su beneficio. Tampoco las mujeres. Por lo menos así se instaló la modernidad occidental en nuestros países. Lo bueno es que los tiempos cambian y estas minorías están en franco proceso de conquistas. La globalización ayuda a la expansión de la cultura de los derechos humanos.
Los jóvenes viven bajo presión institucional que los obliga a cumplir roles para la perspectiva productiva.Estudios y profesionalización son sus máximos ideales. También un poco de deportes. Se les exige responsabilidad y participación política. Se los reprime con violencia en sus “excesos”. Se busca controlar sus pulsiones de vida a través de preconceptos politizados. Se los condena porque están conectados con el mundo global con más libertad que los adultos. Su consumo cultural “poco nacional” es clasificado como alienante o despersonalizado. No se acepta su pasión por la “vida loca” de las sensaciones.
Los adultos le demandan formalidad y acuden a su ayuda para conectarse con el ciberespacio  global. El joven es el centro de atención de las industrias culturales. También es modelo de “persona” para las estrategias de mercado. Pero en nuestro continente es un “raleado” social. Millones de jóvenes no llegan a concluir la educación secundaria. Otro tanto no puede entrar a la universidad por la urgente necesidad de trabajo. Miles de esforzados e ilusionados profesionales están desempleados improvisando negocios. Para otros solo les queda la triste butaca de la delincuencia o la marginalidad.
El mundo adulto exige responsabilidad y promete un maravilloso futuro a los jóvenes. Los castiga si no actúan bajo los parámetros adulto-céntricos de decencia. Pero no cumple con ellos material ni simbólicamente. Les cierra oportunidades de trabajo o los acepta en contratos on line. Los obliga a renunciar a derechos laborales al típico estilo neoliberal. Les muestra que no existen méritos para acceder a cargos públicos. No les permite ejercer el libre pensamiento o la independencia. Los cuestiona en sus construcciones desterritorializadas de identidad. No les perdona su capacidad de reaccionar ante la decadencia moral del mundo adulto. Quiere controlarlos cuando hacen “memes” que reflejan la realidad de manera cruda y sarcástica.
(foto propía)
La seguridad ciudadana es una prioridad en nuestras ciudades. El Estado está obligado a comprender las realidades e implementar políticas adecuadas que garanticen la convivencia pacífica de sus habitantes. Atacar indiscriminada y autoritariamente a las supuestas pandillas tiene el riesgo de confirmar la incapacidad de ver las debilidades estructurales del mundo adulto.  No es gratificante presenciar sofisticadas fuerzas de seguridad correteando jóvenes los fines de semana por las calles. Peor si la delincuencia organizada sigue enriqueciendo sectores gracias al narcotráfico. No se desarticulan las mafias de traficantes de órganos y la corrupción institucionalizada continua cerrando las puertas a los jóvenes que se esfuerzan en ser otro tipo de adultos.      

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