Subjetividad de los personajes en el cine boliviano

El cine boliviano está cada vez más maduro. La digitalización de los sistemas de registro y edición han abaratado costos y más películas se han hecho en los últimos años. Algunas no se destacan o son malas. Pero las buenas son muy buenas. Ha mejorado mucho el aspecto técnico propio del lenguaje audiovisual. Basta ver los planos-secuencia de Valdivia en sus dos últimas películas o los bellos encuadres en el Olor de tu Ausencia de Vásquez. Pero más allá de la parte técnica está el realismo con que se construyen las historias y la credibilidad del perfil de los personajes.

Tanto las raíces históricas de la cultura occidental como la fuerte influencia de Hollywood imprimieron una forma básica de construir narraciones en las que las tramas presentaban situaciones buenas o malas. Jovencitos versus bandidos. Maniqueísmo reduccionista que reducía la complejidad del ser humano hacia una banalización completamente fuera de la realidad. Grandes películas de la historia del cine industrial e importantes cintas especialmente de nuestro cine militante nos han contado historias donde desde la primera escena vemos con quién tenemos que identificarnos y a quien debemos detestar. Excepto Mi Socio. En la ficción todo es posible. Inclusive hay ciertas historias que funcionan mejor cuando se las narra con al famoso triángulo “héroe buscando el ideal y peleando con el monstruo”. Pero cuando un director quiere acercarse a la verdad de la historia esa fórmula es una pena. No hay nada más pobre que un personaje totalmente bueno o totalmente malo.
En Zona Sur no hay buenos ni malos. La bella jailona es como lo son todas. Frívola y detallista con asuntos de status. Wilson es un mayordomo dedicado y humilde con sus aspiraciones y bien ubicado en sus posibilidades. Todos los personajes se desenvuelven con la naturalidad con la que los bolivianos nos movemos en estos tiempos acelerados. Lo mismo pasa con el cineasta y el guaraní de Ivy Maraey. Son personas tan reales que hasta sus diálogos son crudos y sarcásticos. Como son las conversaciones de los bolivianos. “Los blancos ahora tienen que cuidar su identidad”. Las cosas cambiaron en el país. Las identidades están en movimiento así como las personas se mueven dentro de espacios identitarios distintos o hasta dispares. Ya no es creíble el indiecito buenito y perfectamente comunitario. O el blanco racista y perversamente dominador. Es una forma nueva de lograr la conexión entre las obras cinematográficas y el público que se identifica más con lo que ve. Es un modo de aproximar la representación de lo fantástico con la realidad para hacer pensar.
El Sur de Cochabamba es el Norte de la Paz. El Olor de tu Ausencia nos presenta crudamente a jóvenes bolivianos viviendo como pueden la marginalidad que la sociedad les ha reservado. Sobreviven a una Bolivia conflictiva y en crisis donde lo económico y lo político están marcados por la incertidumbre y donde la migración es una de las pocas salidas para las familias que quieren un futuro para sus hijos. Una salida que tiene como precio la destrucción de los lazos de la institución productora y reproductora más importante de la tradición y la cultura. El chofer de micro reproduce un discurso para que su hijo punk tenga una vida “normal” y acorde con las expectativas de la sociedad. “No me interesa lo que piense la gente, si la sociedad ya está mal”. No hay un rumbo fijo para miles de jóvenes bolivianos. Caminan por los pasos a desnivel sin que el orden social lo perciba o los tome en cuenta. Este joven se siente ajeno al mundo vacío de la productividad y las luchas por el poder. Se refugia en la música que le permite construir identidad en comunidad y expresar su mordaz conciencia social. “Los bolivianos se están peleandoooo por huevadaaaaas como cojudooooos”. Cantan en ritmo y sonido del rock más duro y detestado por los adultos: el punk. Es una música que los mayores no la pueden entender aunque tenga letra en castellano. Es una “bulla” para la sociedad oficial.


El bachiller interpela a sus compañeros a ponerle el hombro al país para que salga adelante. Migra al exterior dejando hijo y familia como lo hacen los demás. Su discurso no es más que un enunciado romántico que no tiene asidero. La libertad de su juventud y su pensamiento volaron como lo hacían los pájaros que creía migraban desde el África. El futuro que le ofrece Bolivia es la migración. Desintegración familiar.
Las tres historias tienen tratamientos diferentes pero metáforas en común. El auto de los repatriados se detiene cuando acaba en camino inundado por el agua. No hay más camino. La sociedad adulta reserva para los jóvenes la casilla de la exclusión. Sólo acude a ellos en busca de votos. La ausencia y descompromiso por parte del Estado marca las escenas de una Cochabamba oscura y tormentosa. Los primeros planos intentan captar la frustración y subjetividad de personajes muy reales y con guiones propios extraídos de la vida cotidiana. Son películas que diagnostican lo real fuera de los esquemas racionales de la pretendida objetividad de la investigación académica. Ambas reivindican la importancia de la verdadera y honesta amistad. Tienen el mérito de mostrar el espesor de las relaciones humanas desde a subjetividad. Contienen la ética del reclamo hacia una sociedad que no es como esos personajes quisieran. Es un cine renovado que está superando el pobre maniqueísmo de la narrativa cinematográfica del pasado. 

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