Paisajes Interculturales en Bolivia
Comprender los procesos de interculturalidad en Bolivia
exige una mirada al pasado colonial. Porque es entonces cuando comienzan los
encuentros entre culturas diferentes, con personas desconocidas y con
intenciones distintas. Producto de esos procesos somos los bolivianos. Nuestro
origen cultural y biológico tiene sus raíces cuando los conquistadores pensaron
que los indígenas no eras más que parte del maravilloso paisaje parecido a un
paraíso. Pensaron que eran una especie intermedia entre los humanos y la fauna.
Colón quería confirmar sus alucinadas hipótesis más que
asimilar sus descubrimientos. Admiraba
todo lo que veía a su paso. Las aves, las plantas, los ríos, los paisajes y los
frutos. A los indígenas comenzó a reconocerlos como humanos cuando vio en ellos
enormes contingentes de potenciales cristianos. Así lo hizo saber a los Reyes
de España en una de sus famosas cartas. Así decidieron los españoles comenzar
la conquista de América, bautizando todo lugar que conocían y destruyendo toda
imagen religiosa nativa que se veneraba en todas las naciones que encontraban a
su paso. La desnudez de los cuerpos de los nativos era asociada a una supuesta
desnudez de cultura. Es decir que, para los conquistadores, los habitantes de
América carecían de idioma, historia, costumbres, religión, moral y reglas de
convivencia. Por tanto, había que proporcionarles cultura.
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(foto propia) |
Cambiar la religión de la gente nunca fue fácil. La
evangelización pronto se volvió “extirpación de idolatrías” cargada de
violencia y agresión. No fue un proceso intercultural equilibrado y respetuoso
como nos dice la teoría hoy. Fue impositivo y castigador de quienes ofrecían
resistencia. En el plano económico y político la colonia destruyó formas de
producción y organización social o las adaptó para beneficio de las metrópolis
y sus centros de explotación mineral o producción agrícola. Los indígenas
fueron incorporados al Estado colonial como seres de bajísimo valor. Su presencia
servía para proporcionar mano de obra baratísima, o gratuita, al sistema
colonial.
Ni la
República , que copió las bases del Estado moderno europeo,
pudo mejorar las condiciones de vida o el reconocimiento de derechos de los
pueblos americanos. La primera Constitución Política del Estado de la República de Bolivia, de
1826, sólo rela Revolución Nacionalista
de 1952 les reconoció su ciudadanía pero no les dio condiciones para ejercerla:
educación, trabajo, salud, etc.
conocía como ciudadanos a los varones blancos, letrados,
cristianos, casados, monógamos y empresarios. Las categorías de opuestos, tales
como los indígenas y otros, estaban en una dimensión muy inferior en la
estratificación social. No tenían derechos pero sí obligaciones (trabajo e
impuestos). Su relegamiento duró hasta hace algunas décadas, cuando
En la década de los años 60, pasado el trauma de la reforma
agraria, diversos grupos de jóvenes citadinos, cientistas sociales y otros
comenzaron a ver al “campesino” (antes indio) con otros ojos. Se inició una
mirada apologizadora del indígena que lo consideraba valiente, misterioso,
fuerte, heroico. Se creó una imagen idealizada y estereotipada de un ser
cercano en la vida cotidiana pero distante humanamente.
Las industrias culturales comenzaron a proponer formatos
estéticos en la música, cine, literatura y otras artes que incluyeron al indio
como una postal en medio del paisaje andino. Siempre como objeto de inspiración
paternal y compasiva, pero nunca como actor de los procesos históricos. El
folklore urbano se impregnó de formas, instrumentos, motivos y estructuras
musicales de origen autóctono. La música andina, que había sido relegada y
prohibida por las élites coloniales, pasó a ser bandera de identidad de todos
los sectores sociales del país. Surgió el neo-folklore dentro de las lógicas de
producción y difusión masiva, cautivando las emociones de grandes grupos de
gente. Las élites no dudaron en apropiarse de estas nuevas formas de
construcción de identidad. Los folkloristas fueron consagrados como
“embajadores de la cultura boliviana” en el exterior. Sin embargo, las formas
de discriminación racial y exclusión social se reacomodaron a las nuevas
condiciones históricas de la sociedad boliviana.
El discurso oficial de la cultura boliviana, vigente
hegemónicamente hasta la pasada década, propuso preservar, cultivar y difundir
la cultura nacional o el folklore en todas sus vertientes, a fin de
contrarrestar la tendencia homogeneizadora de la globalización. Para ello, se
propuso documentar etnográficamente, registrar en texto, imagen y sonido las
expresiones culturales e identitarias de las comunidades campesinas, y también
difundir masivamente para lograr una apropiación por parte de los sectores
urbanos del país.
Sin embargo, no se tomó en cuenta que las dinámicas
culturales no se detienen en sus formas de evolución y reconfiguración, ni que
los protagonistas de esas dinámicas son los propios indígenas y mestizos
esparcidos por todo el territorio nacional. Así, las identidades rurales y urbanas
se fueron reconfigurando generando manifestaciones contemporáneas, ancladas en
tradiciones y memoria histórica, pero al mismo tiempo con la mirada puesta en
la cultura global que circula por los medios masivos y por los circuitos
populares de la fiesta y la juventud.
Las identidades populares bolivianas se desplazan con toda
libertad por los espacios y usando códigos que les son útiles a sus intereses
individuales y colectivos. Con esa lógica inventan sus formas de celebración de
identidad en procesos de interacción altamente creativos
Al presente, las élites hegemónicas de origen colonial
asumen un discurso democrático y pluralista, pero tienen nuevos dispositivos de
discriminación y exclusión cultural. Desconocen los procesos de reconfiguración
de las identidades populares y mantienen el estereotipo del indígena como parte
de un paisaje más actual, pero con el mismo sentido paternal del pasado.
Desconocen que el hombre andino y el amazónico está apropiándose del proyecto
de modernidad globalizante en sus dimensiones del mercado, la democracia y las
libertades. Así, las nuevas identidades han superado de lejos la triste imagen
creada por los urbanos de los años 60 y 70. Sus proyectos de vida privada se
asemejan a los de cualquier latinoamericano. Desean “…una casa que sea bonita y
una piscina para nadar….”, así como propiedad, educación de calidad para sus
hijos, salud, trabajo y prosperidad.
Otro dispositivo de exclusión es la invisibilización de las
culturas populares dentro las lógicas de la cultura mediática. En vista de que
la cultura hegemónica todavía mantiene el control de los sistemas de
reproducción de cultura y arte ilustradas y las manifestaciones populares
evolucionan al ritmo de los cambios provocados por las TIC, lo popular es ignorado por los grandes medios
y sus páginas culturales como si no fueran manifestaciones dignas de entrar en
la categoría de cultura o como si su calidad estuviese disminuída frente al
“verdadero arte”.
Pese a los cambios en la legislación nacional y los
discursos altamente democráticos del Estado Plurinacional, los sistemas de
exclusión social y cultural se mantienen fuertes pero renovados. Políticamente,
la cultura oficial promueve otras formas de inclusión de los sectores
indígenas. Hay mayor visibilidad de las identidades originarias. Sin embargo,
los vicios del poder tienden a empañar la transparencia de una nueva dinámica
cultural. El arte y las culturas pasan a ser reconocidas siempre y cuando
atiendan los lineamientos oficiales. Existe el riesgo de que las formas de
exclusión comiencen a actuar pendularmente discriminando lo anteriormente
hegemónico.
Por tanto, los procesos interculturales de Bolivia deben
asumir a plenitud el principio del pluralismo acuñado en el actual proyecto de
modernidad nacional. Una modernidad intercultural que respeta la diferencia y
basa la lógica de la democracia en el reconocimiento de los principios
filosóficos de convivencia pacífica entre diferentes y en el acceso democrático
a las estructuras de poder del Estado y sus instituciones culturales.
Vivimos un momento importante en la historia nacional. Una
etapa de reconfiguración del orden económico, político y cultural que debe
superar la mirada colonial del OTRO como parte de un paisaje construido
imaginariamente, en función más de lo que se quiere ver, que lo que en realidad
se ve y ahí está.
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